Atardecer en Santorini

Un paseo para saborear el mejor atardecer de Santorini (si no del mundo)


Santorini es un lugar increíble, en el sentido literal de la palabra. Parece imposible creer que de una desgracia tan manifiesta —quizás la mayor erupción volcánica de los últimos milenios— haya emergido una isla tan mágica, desconcertante, bonita y deslumbrante a la vez.

Muchas son las cosas que cautivan tras poner un pie en la ínsula que los venecianos denominaron Santa Irene. Sin embargo, una se lleva la palma —bajo mi humilde opinión—: la magnitud superlativa de sus atardeceres. Porque si bien la geografía inverosímil de Santorini es un espectáculo sublime, experimentarla bajo el efecto hipnótico del sol poniéndose es, simplemente, una delicia mediterránea inigualable.

El atardecer en Santorini: postales a cada paso.

En mi primera tarde en la isla, hace apenas una semana —ay, nostalgia—, me sumé a la horda foránea que cada día elige el archifamoso pueblo de Oia, en el extremo norte de Santorini, para celebrar la puesta de sol. Y aunque presenciar el atardecer desde Oia fue maravilloso, me asustó la idea de que aquella elevadísima densidad de gente —acurrucada en cualquier superficie que apenas acomodara un cuerpo humano— fuera a acompañarme en mi periplo por el archipiélago y en los tres atardeceres que aún tenía por delante.

Por suerte, descubrí que no tenía por qué ser así. Para mi segundo atardecer, decidí perderme con mi cámara por los menos transitados pero igualmente laberínticos callejones de Fira, la capital de Santorini, y bordear la caldera —el cráter inundado que conforma la laguna sobre la que se derrama Santorini— en dirección al norte, hacia la vecina Imerovigli. Me veo en la tesitura de anunciar que aquello fue un gran acierto, y que ese par de horas fueron una alternativa tan placentera que superó al deleite visual y sensorial de Oia.

Vamos allá.

Santorini y su mejor atardecer

No tengas prisa: lo que prima es el camino

El paseo que os propongo parte desde el centro de Fira. En concreto, de la calle Ipapantis, que arranca delante de la majestuosa Catedral Ortodoxa. Son apenas las 18h00, y el sol se va a poner a las 20h06: tengo dos horas por delante para deleitarme y llegar hasta la oscura y prominente roca de Skaros, en Imerovigli, desde donde veré al Egeo tragarse al sol.

atardecer en Santorini
El paseo que os propongo empieza en Fira, delante de la Catedral Ortodoxa. En la imagen, la iglesia de Agios Minas y la isla negra de Nea Kameni, en la caldera.

No os quiero condicionar: entre Fira e Imerovigli no hay un único camino para disfrutar de este ritual tan cotidiano como bello. Si bien existe un sendero que conecta los abarratados Fira y Oia sobre la cornisa de la caldera, pasando por Imerovigli —de unos diez kilómetros de distancia, pateable en tres horas—, mi recomendación es que os dejéis llevar, escaleras arriba y abajo, haciendo, deshaciendo y rehaciendo camino. Porque como sugería Kavafis en su ‘Ítaca‘, aquí, lo que importa, es disfrutar el trayecto por encima de la meta.

Y el atardecer, en Santorini, al borde de la caldera, es un trayecto que se asemeja a una obra de teatro privilegiada en un escenario de auténtica locura.

Nada más asomarte a la caldera, desde Fira, reconoces a todos los actores que te van a acompañar durante el camino: la propia caldera, anfiteatro insólito, con sus bordes de colores dispuestos como capas de un mismo pastel añejo; Imerovigli y Oia, hacia el norte, el primero cercano y la segunda más alejada, pueblos blancos que se derraman ambos sobre el acantilado como bandadas de gaviotas aposentadas; las dos Kamenis (la nueva y la vieja), islotes negros, pétreos e imponentes en el centro de la caldera, guardianes del cráter; Thirasia, la isla hermana de Santorini que quedó al margen del boom turístico pero igualmente enfrentada a su vecina; y las lejanas Folegandros, Ios y Sikinos, espectadoras de lujo y desde la distancia del mismo ritual que nos aguarda.

atardecer de Santorini
En primera línea, las Kamenis, islotes que encierran al cráter que en su día creó la actual Santorini. Más al fondo, Thirasia.

Durante la función, lo que lo domina todo es el sol, maestro de ceremonias, que dispone sombras, luces y colores —del naranja al amarillo pálido, pasando por el crema y el granate— a su antojo, luchando contra un reloj que lo absorbe hacia el mar. Y la conjunción de sus voluntades con el escenario fijo y anclado —el natural, rocoso y marino, y el creado humanamente, blanco cal— es lo que hace que estemos aquí.

Y que a cada metro que avances todo te atrape un poco más.

Iglesias, capillas, campanarios y campanas: fotogenia infinita

Cerca de 450. Es el número de iglesias, capillas y templos —entre ortodoxos y católicos— que Santorini tiene sobre sus tierras. No es de extrañar, pues, que en este camino hacia el atardecer te sorprendan, a razón de una por minuto, cúpulas circulares, campanarios piramidales, fachadas encaladas y cruces por doquier. Hay iglesias más sofisticadas y más rudimentarias, más adornadas y más discretas, más coloridas o más monocromáticas, pero todas ellas tienen algo en común: un poder imantador de la atención infinito, así como del sol y sus rayos embellecedores, que peinarán e irán tiñendo sus fachadas a medida que la tarde se desvanece.

La Catedral Católica de San Juan Bautista es el edificio que más destaca en altura. Al fondo a la derecha, en blanco, la Catedral Ortodoxa

No podrás parar de mirarlas. En el primer tramo del paseo, en Fira, cautivan la iglesia de Agios Minas, blanca y delicada abajo en el barranco; la de Agios Stylianos, en ocre, rojo y azul, colgando sobre el abismo; o la Catedral Católica de San Juan Bautista, alta como ningún otro edificio en la isla.

¿Sabías que #Santorini tiene cerca de 450 iglesias? He aquí un paseo solar para descubrir algunas de las más bonitas | vía @singularia_blog

Muchos de los templos de Santorini tienen otro elemento compartido: pertenecen a familias que las construyeron a título privado para pedir protección para sus miembros. Conforman, todos ellos, parte del patrimonio tangible e idílico que convierte a Santorini en única y reconocible en nuestro imaginario.

atardecer Santorini
Agios Markos, una de las muchas iglesias que bordean la caldera.

Un patrimonio que también atrae, desgraciadamente, a un público insolidario, irrespetuoso y falto de escrúpulos, que no duda a la hora de trepar por las cubiertas de los templos —propiedades privadas, además— para robarles su mejor foto, aun cuando saben a ciencia cierta que lo que hacen está mal y un cartel lo prohíbe, amablemente, de manera explícita. ¿Por qué hay que soportar a ese tipo de depredadores turísticos, que no se tiene en cuenta sino a sí mismo? Sinceramente, es la única nota lamentable —y la otra cada de la moneda— de un espectáculo supremo como pocos.

Buganvillas, jacuzzis y antiguas fortalezas venecianas

A medida que avanzas hacia Imerovigli la subida se hace más evidente. No importa: las vistas y el vértigo se embellecen al mismo ritmo, y el camino, a la altura de la iglesia de Agios Theodoros y sus icónicas tres campanas, se ensancha. Unos bancos te invitan a tomarte un descanso, y vale la pena aprovecharlo: las etéreas Kamenis, quietas, escondiendo bajo sus entrañas el cráter que en su día generó todo este milagro, se ven desde aquí mejor que desde cualquier otro lugar, desprendiendo sombras que se alargan sobre el mar al ritmo del sol.

Acercándonos a Imerovigli, con la vista ya puesta en su fantástica perspectiva descendiente, la laberíntica trama urbana de Fira se vuelve más lujosa y sofisticada. Empiezan a aparecer más jacuzzis y piscinas inverosímiles por todos los rincones, buganvillas radiantes dispuestas a la perfección, ánforas y suculentas regándolo todo.

No queda muy claro dónde acaba Fira y dónde empieza Imerovigli, pero no es algo grave a efectos de disfrutabilidad. La iglesia de la Resurrección del Señor, con sus cúpulas azulísimas y su privilegiada situación, es un lugar genial para embobarse mirando al acantilado, a esta hora ya más rojizo que antes.

atardecer Santorini
Imerovigli sigue siendo un mirador fantástico del atardecer. Al fondo a la izquierda, la negra roca de Skaros.

Cerca queda la roca de Skaros, un negro promontorio que parece robado al mar, donde antaño hubo un castillo veneciano —como los varios que este pueblo dispuso en los lugares más estratégicos de la isla— del que hoy solo quedan las ruinas. Dejo atrás la estupenda capilla de Agios Giorgos, que parece enclaustrada en una superficie —otra vez más— imposible y, ya bajando, me dirijo a la susodicha roca, de la que me separan varias decenas de escaleras.

Agios Giorgos, enclaustrada y cuesta abajo ya en Imerovigli.

Una epifanía solar

En ese punto, me sucede: tengo una epifanía solar. Me topo, de cara e inesperadamente, con la capilla de Agios Ioannis, quizás una de las más discretas del camino en cuanto a florituras. Como por arte de magia, el sol se cuela por el camino que sigue bajando hacia la roca Skaros, y me regala un reflejo exquisitamente colocado sobre la capilla, iluminando su puerta azul. No puedo pedir más.

atardecer de Santorini, Agios Ioannis
Agios Ioannis, con ese sol bendito filtrándose.

Me sitúo al pie de la amenazane roca con una cerveza bien fresca en mano, para disponerme a disfrutar —ahora sí— de las últimas luces antes de que el Mediterráno se meriende al astro que nos da la vida. La caldera, a esta hora, es como un teatro de sombras chinescas, donde los cambios de color se aceleran a pasos agigantados.

La Yellow Donkey es una cerveza no-filtrada que solo se puede conseguir en la isla. Al fondo, la roca de Skaros.

Santorini, Thirasia, las Kamenis y el resto de islas Cícladas cercanas —¿qué nombre tan evocador, ‘Cícladas’, no?— despiden el día al unísono, mientras ya asoma por el extremo opuesto de la isla la luna, celosa de tan preciado espectáculo. Será por espectáculos, en Santorini. 🔵

panorámica del atardecer en Santorini
El atardecer, visto desde la roca Skaros (derecha), promontorio que se hunde en el mar y desde el que se ve toda la isla de Santorini, extendida.



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Sobre quien escribe

Hola, soy Sergio, el viajero curioso empedernido que está detrás de Singularia. Entre otras cosas, durante mis 33 años he dado vueltas por una treintena larga de países, vivido en dos continentes, estudiado seis lenguas, plantado algún que otro árbol, escrito dos libros y trabajado en Naciones Unidas. Hoy tengo el campamento base plantado en Barcelona, de donde soy, y me dedico a la comunicación y a la consultoría estratégica.

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