Cuando estuve en Río de Janeiro, la niebla me impidió empecinadamente subir al Cristo Redentor; Maracaná estaba temporalmente cerrado y había una huelga de transporte público. Qué más da: Río siempre será mi ciudad favorita. Y la más hedonista, exuberante, hermosa, seductora y fascinante de cuantas he visto.
No hay una sola razón. Son, precisamente, las tantísimas capas y caras de su universo lo que alucina de Río de Janeiro, esa inmensa urbe selvática y atlántica de casi siete millones de habitantes, ese epicentro cultural diversísimo, esa síntesis sofisticada y gozadora del mundo –y de sus virtudes y nubarrones–. Y fue tanto el deslumbramiento y el placer viajero que causó en mí la Cidade Maravilhosa que lo mínimo que puedo hacer para agradecérselo es tratar de contagiar las ganas de conocerla. Y de quererla.

Así que me permito la licencia de robaros unos minutos para llevaros hasta Río de Janeiro con este collage viajero de retazos callejeros, sensoriales, y hedonistas que no buscan sino enamoraros de la capital carioca.
1 | Aterrizar en Río: un regalo de bienvenida incomparable
Son las 11 del mediodía y, tras cuatro horas de vuelo desde Santiago de Chile, el avión empieza a descender suavemente mientras el rabioso y húmedo verde del interior del sur de Brasil se viste de urbano. Y, de repente, aparece el Atlántico; el avión se ladea ligeramente y ¡zas!, primer flechazo carioca: abajo se suceden, uno tras otro y en miniatura, la increíble retahíla de morros y colinas que, superpuestos, conforman el apabullante skyline natural de Río de Janeiro.
Si vas a Río de Janeiro, asegúrate de ir del lado de la ventana en el avión.
¿Puede haber mejor regalo de bienvenida que esa estampa? ¿Puede haber un aterrizaje más bonito en todo el planeta que el carioca? ¿Puede haber una ciudad más privilegiadamente ubicada que esta? Para mí, es un ‘no’ triple. De entrada.
El ritual del aterrizaje se completa fugazmente, y los morros se resitúan en el horizonte ya plano, esperándonos. Es un presagio: el Pan de Azúcar, el Corcovado, los Dois Irmãos y compañía van a estar ahí durante todo tu periplo en Río, y son el sello inconfundible de que estás aquí y solo aquí.
2 | Una ciudad ganada a la selva
Para un mediterráneo como uno, más bien acostumbrado a la aridez y a la discreción vegetal, Río es un estallido nuclear de verde.

La lanzadera que nos llevó del aeropuerto al hotel –en Leblon, en el extremo opuesto de la ciudad– nos lo dejó clarísimo: Río es una ciudad ganada a la selva y –por supuesto– a la geografía escarpada de los morros. Y recortada al océano y a la humedad.
¿El resultado? Un verde urbano omnipresente.
Del verde que rodea al Acueducto Carioca, en el centro, a las palmeras playeras, el verde está por todas partes en Río.
Como el que hay a lo largo de toda la Avenida Atlântica, que resigue Copacabana sembrada de palmeras de hasta 30 metros de altura. O como en el barrio de Urca, con sus callecitas bañadas de vegetación a los pies del Pan de Azúcar. O como en los morros, con su mitad agreste de roca y su otra mitad vestidas por sus faldas de mata atlántica. Y ese olor a tierra mojada tras la tormenta repentina de la tarde.
3 | Maravillosa bruma: de la adversidad, belleza
Totalmente blanca. Así se veía la pantalla del televisor que, desde la estación inferior del tren del Corcovado, te mostraba en directo al Cristo Redentor, en la cumbre. «Podéis subir, si queréis» –nos decía la recepcionista de la taquilla–, «pero no se verá nada: está completamente nublado.»
Abajo, en la llovizna tropical de la mañana carioca, mi abatimiento fue capital: ¿quién no quiere subir al Cristo Redentor, si va a Río? Lo volvimos a intentar la mañana siguiente. Y adivinad: sí, más blancura en el maldito monitor. Y la misma tónica: «Puede ser que se despeje y salga el sol en unos minutos, o que la bruma dure hasta la tarde.»
Nada que hacer: el verde de Río tiene un precio, y es el clima inestable y húmedo del que nace.




A menudo, las nubes se mezclan con la geografía imposible y peciosa de Río, y es un espectáculo constante. Imágenes de Nico Blhr y Guillermo Giovine, de licencia libre.
Pero Río no es para lamentarse, sino para deleitarse. Y el deleite que da la lluvia carioca –que llega 109 días al año– son las vistas maravillosas que ofrece la bruma enmarañada con el caprichoso relieve de la ciudad y el juego de luces del sol. Así que no llegué a subir al Cristo Redentor, pero disfruté constantemente de un espectáculo tan efímero como democrático –y fotografiable–.
4 | Arquitectura entrañable en la urbe selvática
El 1 de enero de 1502, un grupo de navegantes portugueses ‘descubrió’ la apertura de la bahía de Guanabara, que creyó un río. Años más tarde, los lusos fundaron allí Río de Janeiro, que en 1763 se convirtió en capital de su colonia sudamericana. En 1808, cuando Napoleón invadió Portugal, Río se convirtió en residencia de la familia real portuguesa, que escapó a Brasil y la convirtió, de facto, en capital de Portugal hasta 1822. Ese año marcó la independencia brasileña, y hasta que se inauguró Brasilia en 1960, Río ejerció como capital nacional. Todo ello le imprimió el poder económico y cultural que hoy conserva.


De la estación del tren del Corcovado a los edificios del centro, la arquitectura colonial y de inspiración europea está por todos lados en Río.
Hija de todos aquellos días dorados decimonónicos, en que la caña de azúcar no paraba de dar ingresos y Río se desarrollaba como gran urbe, es la arquitectura más entrañable de la ciudad, la de raíz colonial.

Piérdete por el barrio de Cosme Velho, a los pies del Corcovado –te deje el clima subir al Cristo o no– y transpórtate de pleno al siglo XIX carioca. Por ejemplo, perdiéndote por su síntesis perfecta, envuelta en una vegetación abrumadora: el Largo do Boticário, la placita que antaño fue el hogar del farmacéutico que producía las medicinas y ungüentos para la familia real de Brasil.
5 | Tranvías, escaleras, feijoadas y nostalgia
Capítulo especial en el recorrido hedonista por el Río neocolonial merece el barrio de Santa Teresa. En el XIX casa de la burguesía de la capital colonial y hoy reducto de la bohemia local, es un laberinto colorido de curvas, cuestas, palacetes y miradores increíbles adornado por la –obviamente– omnipresente e indomable vegetación carioca.


El bondinho de Santa Teresa, tan entrañable como práctico para llegar a las alturas del barrio. Imágenes de Ptérodactyl Ivo (CC-BY-2.0) y de Henrique Freire/Governo do Rio de Janeiro (CC-BY-SA-3.0).
Te sonará y encantará por una escalera y un tranvía: la Escadaria Selarón –un serpenteante y escalonado callejón decorado durante décadas por el ceramista chileno Jorge Selarón, que la llenó de azulejos de colores–, y el bondinho de Santa Teresa –un tren de rieles amarillo que te subirá desde el acueducto Carioca, en el centro de la ciudad, a las alturas del barrio que nos ocupa ahora, regalándote vistas increíbles de Río por el camino–.



La Escadaria Selarón fue forrada de azulejos por el ceramista chileno Jorge Selarón (retratado en la fachada de la segunda foto). Y son también una gran manera de trepar al barrio de Santa Teresa.
La nostalgia del refinamiento tropical del Río de Janeiro de antes es más evidente aquí que en ningún otro punto de la ciudad. Verás que hoy Santa Teresa es un barrio ocupado por una realidad más popular que le da color y lo mantiene vivísimo en su tranquilidad selvática. Y si te autorregalas una feijoada y una cerveza bien fría en el Bar do Mineiro –a pesar de la cola– o reservas una mesa en el exótico y apartado Aprazível completarás tu paseo por Santa Teresa con una experiencia tan celestial como nutritiva.
El Bar do Mineiro es tan carioca como idóneo para reponer fuerzas en Santa Teresa.
6 | Tocar el cielo en el Pan de Azúcar (y en el bar con las mejores vistas del mundo)
En Europa hablamos de los parques de nuestras ciudades refiriéndonos a ellos como ‘pulmones urbanos’. En Río es básicamente al revés: se trata de una ciudad hecha sobre un pulmón inmenso y, además, bañado por el Atlántico. Para entenderlo de un vistazo solo hay que mirar hacia arriba y dejarse llevar –teleférico mediante– hasta el icónico Pan de Azúcar.
Entre palmeras, titís y quioscos donde comprar pão de queijo verás –de nuevo, bendita suerte de ciudad– las mejores vistas de Río de Janeiro, que se encaraman hasta los 396 metros.
La bahía de Botafogo a un lado, el Cristo Redentor en frente, el Atlántico detrás, Copacabana e Ipanema expandiéndose del otro extremo… Para los amantes de la cartografía urbana en directo –como uno–, el Pan de Azúcar es el paraíso en la tierra. Y para los que, además, aman el buen beber –también como uno–, hay aún otra sopresa: el Clássico Beach Club Urca es el bar con las mejores vistas del mundo, y está allí mismo. Que aproveche.

7 | Pedra portuguesa para dejarse llevar hacia el mar
De nuevo a nivel de mar y bajo nuestros pies aparece otra de las sutiles maravillas cariocas: los empedrados que decoran sus aceras.
En Brasil le llaman pedra portuguesa, y pese a que en Río está por infinidad de rincones -concretamente en 1.200 millones de metros cuadrados–, las áreas que le han dado más celebridad son las avenidas que resiguen las playas de la ciudad.


Los empedrados de Copacabana y de Ipanema son de la misma familia, pero con su idiosincrasia propia.
Y sí: los empedrados playeros de Río son una inmensa y elegante pasarela por donde desfilar, curiosear y disfrutar de la cotidianidad urbana con la brisa marina de compañera. La Avenida Atlântica, a lo largo de Copacabana, la Avenida Vieira Souto, junto a Ipanema, o la Delfim Moreira, a lo largo de Leblon, te dan 12 kilómetros continuos y casi 2 horas y media –a pie– de oportunidades para comprobarlo.
8 | El hedonismo y la diversidad hechos ciudad: alegrías sensoriales a la carta
El trío de playas cariocas por antonomasia es también una muestra fiel del mosaico diversísimo que es Río de Janeiro.


Desde que los tupíes, hacia el año 1000 y llegando desde el interior de la Amazonía, se establecieron en la actual Río, el lugar no hizo más que recibir a gentes de todo el planeta: colonos portugueses; africanos arrancados de su tierra por la inmundicia del esclavismo; italianos, alemanes, españoles, polacos, lituanos, ucranianos y judíos que huían de la pobreza y la guerra europeas de principios del siglo XX; sirios, libaneses y japoneses que cruzaron Oriente hasta Brasil… Todo ese abanico de colores, tradiciones y mezclas es lo que Río tiene y ofrece hoy.
Al fin y al cabo, Brasil nació y creció como nación cosmopolita y receptora nata de inmigración, y de todo ello se deriva la variedad de maneras de disfrutar que se cultivan en la capital carioca.

¿Música y fiesta? De la bossa a la samba –pasando por el funk local–, Lapa es el barrio para ir a darlo todo. Caipirinhas no faltarán.
¿Fútbol? Por todas partes y a todas horas: Maracaná es la catedral máxima del balompié brasileño, la religión de la pelota se huele y ve por todos los rincones y Fluminense, Flamengo, Vasco da Gama y Botafogo se reparten las mayores parroquias de hinchas locales.
¿Ver y dejarse ver? Hay que volver a las playas cariocas y a sus aceras: la población local rinde un culto al cuerpo tan evidente como natural –dado el clima que la acoge– y, sociológicamente, es un espectáculo asomarse a la ventana marina de la ciudad.
9 | Bossa nova: el viaje sigue
Río es, también, sonido. Faltaría más.
Para mí y ante todo, Río es bossa nova. Esa bossa nova que se cultivó como una rosa musical en la zona sur del Río efervescente de finales de los 50, cuando cantantes y compositores tenían en la ciudad carioca un escenario ideal para crear y dejarse escuchar. Y mezclar y conectar al jazz y a las raíces tropicales de la samba.

Esa bossa nova, esas canciones eternas de Vinícius de Moraes, de Gilberto Gil, de Tom Jobim, de Gal Costa, de Caetano Veloso, que te dan la oportunidad de continuar viajando por Río aún cuando todo queda lejos en el tiempo y el espacio.
No: en línea con mi serie de desencuentros con los hitos turísticos cariocas tampoco estuve en el bar Garota de Ipanema. Pero, por suerte, hoy, escuchar bossa nova y emocionarse con ella está al alcance de un clic. Y aunque en él hay canciones incluso compuestas en Londres, si quiero evadirme a Río mentalmente me quedo con Dois Amigos, Um Século de Música, de Caetano Veloso y Gilberto Gil, en directo. Y a volar.
10 | Epílogo práctico para dubitativos: no te preocupes más y ve –cuando puedas– a Río
En una de las playas cariocas, la de Leblon, acabó mi periplo por Río, sesteando al amanecer tras una noche de juerga por Lapa, como corresponde.
Precisamente mientras caminaba por otra playa –la de Copacabana–, un par de días antes, mi cartera cayó, desde mi bolsillo, al magnífico empedrado carioca. Una local se me acercó por detrás y me la devolvió con una sonrisa, habiéndome yo ni siquiera enterado de que mi monedero andaba por los suelos de Río. Esta sencilla anécdota sintetiza el nivel de inseguridad que percibí en Río: cero.
Creo que debería ser innecesario abordar este tipo de sensaciones térmicas, pero ante la gran cantidad de gente que me sale con un temeroso, desconocido y exagerado «¿Y es seguro, ir a Brasil?» cuando les hablo de mi amor por Río, he de reivindicarlo y explicitarlo: sí.
Si te quedaba alguna duda, despéjala: cuando puedas, ve a Río. Yo me quedé sin Maracaná, sin Cristo Redentor, sin Garota de Ipanema, sin ver el genial Museo de Arte Contemporáneo de Niterói –de Niemeyer– y, por supuesto, sin vivir el Carnaval. Y aunque no fuera así y ya lo hubiese disfrutado todo in situ, volvería mil veces a Río.
Así que, si te he convencido –¿quién sabe?–, quizás nos crucemos alguna vez por la Cidade Maravilhosa.

Ay, el skyline natural de Río… Imagen de Willian Justen de Vasconcellos,licencia libre.
🇧🇷🌄🚠 Si el hedonismo tiene una capital mundial, no hay dudas: es #RíodeJaneiro. Y aquí va una guía concebida no para conocer la Cidade Maravilhosa, sino para enamorarse de ella. | vía @singularia_blog
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🇧🇷🌄🚠 Los rincones de esta guía sensorial y hedonista 👇
- Lapa: para bailar y divertirse por la noche
- Pão de Açúcar y Clássico Urca Beach Club
- Para comer: el exótico Aprazível
- La mejor feijoada de Santa Teresa: Bar do Mineiro
- Estadio de Maracanã
- Escadaria de Selarón
- Las raíces de la bossa: bar Garota de Ipanema
- Largo do Boticário
- Cristo Redentor
- Barrio de Urca: verde a los pies del Pan de Azúcar
- Avenida Atlantica – Copacabana
📍 Para informarte más sobre Río de Janeiro, visita la web oficial de turismo local (en español) aquí.
Este post va dedicado a mi amiga Natalia, sin la cual mi viaje a Río no habría sido ni una milésima parte de lo maravilloso que fue.
Todas las imágenes son mías, salvo cuando indico lo contrario.
2 comentarios sobre “Cómo enamorarse de Río de Janeiro en 10 pasos: una guía sensorial”