Quien haya visto ‘Los Durrell’ —o haya leído los libros de la Trilogía de Corfú, de Gerrald Durrell— habrá fantaseado con hacer lo mismo que la familia que protagoniza la serie: dejarlo todo e instalarse en una isla griega, al borde del mar, para dejar que el tiempo pase entre chapuzones y siestas a la sombra. Pues bien, en la costa sur de la mayor de las islas griegas, Creta, encontré el lugar idóneo para retirarme a imitar a aquella suertuda familia inglesa: Loutró.
Nunca he estado tan de acuerdo con una guía: «En Loutró no hay nada más que hacer que comer, beber y holgazanear», decía la que compré antes de aterrizar en Creta.

Por suerte para quien se llegue hasta Loutró, más razón no se puede llevar. Loutró es un pueblecito de apenas una hilera de casas blancas encastadas entre las montañas peladas y verticales del sur de Creta y una bahía de aguas de un turquesa tan brillante como hospitalario, y solo se puede alcanzar por barco o a pie —gracias a Zeus—.
El resultado de esa combinación suprema es la ausencia total de ruido, aglomeraciones, prisas y cualquier incordio de la cotidianidad urbana que se te pueda ocurrir. ¿Qué más se necesita para ser feliz?
¿Cómo llegar a Loutró? Surcando los mares (y el corazón montañoso de Creta)
Llegar a Loutró es, ya, un espectáculo. Complejo, eso sí: si te desplazas desde el norte de la isla, tendrás que enfrentarte a la carretera que corta el corazón montañoso y casi alpino de Creta para llegar a Hora Sfakión, el principal puerto desde donde zarpan barcos hasta Loutró.
Tras centenares de curvas imposibles, verás aparecer el cálido mar de Libia allí abajo, como una infinita sábana de luz que lo refleja todo, y el pequeño puerto de Hora Sfakión —también llamada Sfakia— al final de la serpenteante y ya árida ruta. La aislada región donde se inserta este tramo de la costa sur de Creta huele a desolación y confín y, por lo tanto y a la vez, a aventura.

Ya en Hora Sfakión es fácil embarcarse hasta Loutró. En verano, al borde de un azul claro y feliz, el pequeño puerto del pueblo dispara barcos cada hora hacia el paraíso que nos ocupa.
La compañía Anendyk es la principal que opera entre Hora Sfakión y Loutró. Se pueden comprar billetes en el propio puerto, incluso apenas algunos minutos antes de cada trayecto, por 12€ (ida y vuelta). Loutró también está conectada por mar con Agia Roumeli, Sougia y Paleochora.
Como decía, también se puede llegar a Loutró a pie, desde la garganta de Samaria, pero el sol inclemente del verano griego convierte esa opción en una temeridad. Y esto iba de ser felices y hedonistas, ¿no?
Así que, volviendo al barco, 20 minutos son suficientes para alcanzar Loutró, que ves aparecer y engrandecerse para, finalmente, recibirte con una postal más que fantástica.

Instrucciones o ideas para disfrutar de Loutró
El hecho de que Loutró sea un lugar al que cueste acceder te empuja, una vez lo pisas, hacia una desconexión completa. Y literal. Una vez superado el desembarco, toca dedicarse a la maravillosa y honorable misión que nos ha traído hasta aquí: no hacer nada. Aunque, en realidad, para ser justos, en Loutró se pueden —y se deben— hacer varias cosas. Pero exigen un esfuerzo ínfimo y ofrecen una recompensa inigualable.

El puerto queda en un extremo de la media luna que es Loutró. El sentido natural del lugar te llevará a bordear las pequeñas calas de cantos rodados de punta a punta, recorriendo el laberinto amable de restaurantes y tabernas que te muestran bandejas infinitas de pescados, moussakas, berenjenas rellenas y verduras asadas en las vitrinas, desafiando al apetito.

Loutró es tan estrecho que las terrazas de las tabernas, las calas —pobladas de sombrillas y hamacas— y la calle principal son, por tramos, una sola cosa. No esperes espacio para plantar tu toalla, pero tampoco sufras —no toca, ya sabes— y elige una buena tumbona: pertenecen a las tabernas y restaurantes, y ocuparlas te costará lo que te apetezca consumir.

Comparados con el premio que te ofrecerá tumbarte en tu hamaca de Loutró, los precios de los bares son ridículos. Porque estarás a centímetros de una de las aguas más disfrutables, acogedoras, radiantes y luminosas que hayas visto en tu vida.
Y cálidas: Loutró está más cerca de Libia que de Atenas, y el Mediterráneo, en este punto, recibe el calor de África de primera mano.

Sestear con esas vistas —y esa ausencia de molestias acústicas— es simplemente una delicia. Llanzarse a bucear por el fondo rocoso de las aguas de Loutró no es menos maravilloso, porque el espectáculo de azules que se da bajo el agua —con la luz jugueteando con el lecho marino— emociona.
No en vano, en griego, loutró (Λουτρό) significa baño.
Convertirse en un ‘Durrell’: una quimera alcanzable en Loutró
Mis compañeros Abel y Laia decidieron alquilar una tabla de paddle surf para adentrarse en el mar y tomar el sol desde el agua; y Lucho, David y un servidor optamos por subirnos a un kayak y explorar los alrededores de Loutró a remo. Por unos 5 o 10€ la hora las propias tabernas te ofrecen el alquiler de los insumos —patinetes incluidos—, y vale la pena apostar por ello: alejarse para ver Loutró desde la distancia regala una estampa difícil de borrar de la retina.

De vuelta a las tumbonas y tras el esfuerzo deportivo, a los cinco nos apeteció probar bocado. En el Akroyiali Beach Bar, en uno de los extremos de Loutró, me trajeron hasta la tumbonas un salpicón de pulpo más fresco que una lechuga, y allí me decidí a emular a los Durrell: bajé el escalón que me separaba del agua, escogí una roca cómoda, y me senté a comer con las piernas en remojo. Así, sí.
Por suerte, yo no huía —como los Durrell— de la postguerra en Inglaterra pero, como ellos, encontré en una cala de una isla griega un rincón en el que me habría quedado por años.

Pero, a media tarde, las montañas que custodian Loutró y que lo convierten en un lugar tan remoto como íntimo empiezan a enviarnos sombra. Automáticamente, quienes poblamos las hamacas empezamos a plegar velas al mismo ritmo que el sol. Hay que apresurarse, porque en torno a las siete de la tarde zarpa el último barco hacia Hora Sfakión.

¿La alternativa? Dejarse llevar por la relajación y perder, intencionadamente, el buque de regreso al mundo exterior. Pero no: no nos atrevimos a querer seguir disfrutando de no hacer nada, paradojas del viaje y del ansia de seguir descubriendo lugares. Así que embarcamos hacia Hora Sfakión mientras pensábamos —ya echando de menos Loutró— que aquel enclave, de noche, debe de regalar un cielo estrellado inigualable.
Qué gran pena: ya tengo excusa para volver y comprobarlo. 🔵
Todas las imágenes hechas por mí.
Lo desconocía complemente, pero menuda chulada 😍👍
Me gustaMe gusta
Está escondidísimo y cuesta alcanzarlo… pero Loutró es una pasada, la verdad es que sí. ¡Ojalá puedas ir un día!
Me gustaMe gusta