Preveli: la playa donde descansó Ulises (o no)

En algún lugar leí que Ulises, en su viaje de vuelta a casa desde la guerra de Troya, se detuvo frente a la playa de Preveli durante varios días y sus noches. Allí, entre palmeras robustas y sobre la arena parduzca —cuentan—, se dedicó a holgazanear ante las cálidas aguas del sur de Creta para reconfortarse tras su sobreesfuerzo bélico.

“Cuentan” decía, aunque no sé a ciencia cierta dónde. 

En la febril y efervescente etapa que precedió al periplo que hice por Creta más que bien acompañado, traté de empaparme por todos lados, a todas horas y desde todos los canales sobre el cruce de caminos hermoso, ventoso y delicioso que me resultó aquella isla. 

Preveli, playa en la que se bañó Ulises

Y, en ese cortejo en el que las guías, los blogs amigos y los documentales ejercían su poder de seducción a una intensidad tal, la tentacular mitología griega bombardeó mi retina sin piedad —como, evidententemente, no podía ser de otro modo tratándose mi destino de la cuna de la democracia y de su puñado infinito de islas, tan rodeadas de tránsitos como de pasados—. Fue ahí, en ese terreno proclive a la imaginación sobreexcitada, donde los rayos de la Odisea y sus relatos quizás me acariciaron, asociándose en mi cabeza a la playa de Preveli

Es así: la magia de preparar un viaje es la de que la mente se vaya llenando de imágenes autoconstruidas con suposiciones, anhelos y pinceladas más o menos distantes de la realidad que se descubrirá. Y, con Ulises mediante, Preveli y su nombre pegadizo y exótico quedaron fijados sin remedio en nuestra hoja de ruta.

Llegar a Preveli: una odisea

La mañana es clara y soleada, y la temperatura aprieta desde bien pronto: 32º a las ocho y poco. Tras un desayuno ante el ventilador, carretera y manta: una hora y poco separan nuestros aposentos de Bali, en la costa norte de Creta, de Preveli, en la costa sur. Hasta Rétino, todo bien —el camino es recto y rápido—; después, la ruta se convierte en una especie, justamente, de odisea.

Es quizás una comparación facilona, sí. Pero lo cierto es que, hasta llegar a Preveli, cruzamos —sin ánimo de ser exhaustivo—: centenares de curvas, decenas de hectáreas repletas de olivos, quincenas de granjas desperdigadas por treintenas de colinas peladas y abrasadas bajo el sol, algún que otro pueblo que resigue la propia carretera, varios grupúsculos de higueras atolondradas y, finalmente, una garganta (o una especie de Gran Cañón cretense): la de Kourtaliotiko.

El coche se desliza entre sus despeñaderos impresionantes durante varios kilómetros, encajonado entre curvas y desniveles, hasta aparecerse ante nuestros ojos un parking desnudo y polvoriento bajo el calor inclemente del verano griego. A mano izquierda, se asoman unas escaleras hacia las que todo el mundo se dirige, como si fuéramos hormiguitas cargadas de sombrillas y mochilas.

Las escaleras en cuestión son el acceso inevitable y desafiante a la playa de Preveli, a la vez que un mirador sin parangón. Allí abajo se ven, también a tamaño hormiga, todos los elementos que distinguen a este paraje insólito: el Mediterráneo y sus aguas celestes y cálidas, la garganta de Kourtaliotiko que en él desemboca y, en su columna vertical, relucientes y llamativas, la hilera de palmeras nativas —no plantadas, sino allí crecidas— que, bordeando al río Megalopotamos, conducen hacia el mar como si fueran una pista de aterrizaje.

Instrucciones para disfrutar Preveli

Una vez superado el exigente desnivel de los escalones que llevan hasta la playa, es hora de entregarse al hedonismo en el marco de un paisaje que, a nivel de mar, esconde recovecos si cabe más exquisitos que la vista que te regala desde arriba.

Lo primero que encontrarás tras pisar Preveli es su única taberna. Tugurio privilegiadamente situado que no es, ni de lejos, el más recomendable de Grecia. Mucho mejor opción será, por contra, que hasta este rincón bendito de Creta vengas cargada o cargado con tus propias viandas y, ante todo, tus propios bebestibles: tampoco es el garito más barato de estas tierras.

Resuelta la cuestión gastronómica, lo prioritario será encontrar un hueco óptimo para plantar el campamento que se lleve a cuestas. Y, por óptimo, sobre todo si es verano, interprétese un lugar resguardado de los dos enemigos cretenses predilectos de cualquier visitante: el viento —por ratos, insufrible— y el sol —directamente, en pleno agosto, aniquilador—.

Un buen lugar, por ejemplo, es el entorno de la capilla de Agios Savvas, en el extremo este de la playa. Sus paredes blancas y los arbustos que la circundan dan un frescor y una sombra tan placenteros como necesarios, y será una opción inteligente escogerlos.

A partir de aquí, opciones varias para disfrutar Preveli, y a cuál más celebrable.

Por ejemplo, dirigirse al agua para darse un chapuzón infinito en el mar de Libia, cálido y salado —con algo que proteja a los pies de la arena ardiente y las piedras— e, inmediatamente después de salir de él, correr a zambullirse en el agua helada y dulce que baja del Megalopotamos: el contraste es increíble y reconfortante.

Y, cuando el cuerpo se acostumbre a la fría temperatura del río que articula Preveli, será el momento perfecto para dedicarse a la experiencia más vigorizante y feliz que este rincón mediterráneo pueda brindarte: remontarlo.

Es, sencillamente, una invitación fantástica a fundirse con un entorno único y remoto, a no ver y sentir más que naturaleza y verano bajo los pies y sobre la cabeza, a aparcarlo todo para nadar plácidamente entre palmeras y paredes de roca, a no querer que el Megalopotamos y su oasis, ese paisaje casi bíblico, se acaben nunca.

Es —o para mí lo fue, sin duda— una síntesis certera de la esencia de las vacaciones, de aquello que hace que, año tras año, idealicemos con una sonrisa mental perenne su nombre y el del verano.

A vueltas con Ulises

Tras las idas y venidas fluviales, el fulgor del calor heleno empuja a las multitudes al letargo y al silencio mientras, a contracorriente, las cigarras regalan su mejor concierto. En Preveli, la de la siesta a la sombra es una postal tan obligatoria como memorable.

A propósito de la memoria, acabo de recordar el lugar donde leí que el rey de Ítaca se bañó en este recoveco mediterráneo: en la versión en inglés de la Wikipedia. Lo cual, en cualquier caso, no añade garantía científica alguna a que aquello sucediese, ni siquiera según parámetros mitológicos.

Pero, sea como sea, ¿qué más da? ¿Quién necesita que la Odisea certifique el veredicto de los sentidos? O, al revés: ¿cómo no iba Preveli y su colección exuberante de estímulos a inspirar leyendas y ensoñaciones desde que el mundo es mundo? Pues eso: imitemos a Ulises (o no), y entreguémonos a la causa y el embrujo del lugar. 🔵

Imágenes propias.

Preveli

La playa en la que descansó Ulises (o no)

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Publicado por Sergio García i Rodríguez

Me llamo Sergio García Rodríguez y nací en 1990 en Canovelles, Barcelona. Soy un explorador compulsivo al que le encanta perderse investigando, leyendo y —sobre todo— escribiendo sobre (re)descubrimientos viajeros, la ‘cara B’ del mundo y sus curiosidades. Y para contagiar todo ese ímpetu eché a andar este blog, en 2019.

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