PRÓLOGO
Un idilio con arranque fortuito
Queríamos ir a Porrera, el pueblo de los catorce relojes de sol. Pero, nada más dejar atrás Falset, las curvas verdes y el terreno ondulado del corazón del Priorat nos embelesaron tanto que, oh, sorpresa, el desvío correspondiente quedó atrás. La caprichosa orografía y nuestra ensoñación vacacional hicieron el resto y, de repente —cálculo del GPS mediante—, convenía más seguir hacia adelante que retroceder.
Así fue como acabamos divisando Gratallops y, entregados a la causa, deteniéndonos en aquel pueblo/montículo rodeado de cielo.
Pueblo/montículo desierto: a las cinco de la tarde, entre las calles empinadas y pedregosas de Gratallops, solo deambulaban gatos, un viento seco y raudo y, entre hectáreas y hectáreas de viñedos, el silencio más absoluto.



En aquel contexto de sesteo, divisamos un portal conocido: el de la bodega Clos Pachem, que habíamos estado investigando desde casa. Atraídos por un edificio novísimo e innovador pero perfectamente integrado en una de las viejas paredes de la iglesia de Gratallops, nos adentramos en él sospechándonos solos, cuando una voz nos espetó: «¿Necesitáis algo?»
Era Gemma, la responsable de exportación de la bodega, quien, en la paz cálida del abril prioratino, compartía algunos de sus nuevos caldos con una clienta mayorista. «Habíamos intentado contactar con vosotros para visitar la bodega, pero no tuvimos respuesta», le respondimos. Y, excusándose y sin dudarlo, nos ofreció una cata exprés: en cuestión de minutos estábamos dejándonos llevar por el hedonismo dionisíaco mientras degustábamos el fruto de las entrañas de esta región recóndita y nos contaban, en exclusividad, cómo había acabado metiéndose en nuestra copa aquel paisaje único, sinuoso y fascinante.






«¿Es vuestra primera vez en el Priorat? Uf: ¡os atrapará!», nos aseguraron. Y, con aquella afirmación decidida y premonitoria, terminó nuestra primera degustación al mismo tiempo que comenzaba un idilio.
HISTORIA
El vino y Scala Dei: el forjamiento de una identidad
Todo empezó en el siglo XII, a los pies del imponente Montsant. Con el objetivo de cristianizar aquellos parajes, el rey Alfonso II de Aragón animó a instalarse en el lugar a unos religiosos provenzales del Orden de la Cartuja. Bien sabido es que sin vino no hay misa, y apenas construyeron la Cartuja de Scala Dei —la primera en la península ibérica, por cierto—, los monjes migrantes comenzaron a cultivar la vid: para ser exactos, corría el año 1263.



Los sucesivos priores de la Cartuja —hoy recorrible— y sus respectivos paladares empezaron a tomarle gusto al jugo que producían las uvas en aquel áspero terreno. Tanto fue así que empezaron a promover su cultivo en las cercanías que quedaban bajo su dominio, y, por supuesto, cobrando diezmo por ello. Así surgió y floreció el enclave que hoy se denomina Priorat, cuya esencia quedó anclada al vino desde el arranque.
Recorrer las tripas de la bodega Scala Dei —visitable por 25€, con cata de vinos incluida—, que ocupa los terrenos donde se empezó a producir vino en el tiempo de los cartujanos, es un viaje por el epicentro de toda aquella historia.
Una historia —nos contaban— con dos años definitorios.




El primero: 1835. La desamortización de Mendizábal dinamita los privilegios de los monjes, que abandonan su recinto y huyen del lugar a la velocidad del rayo. Nueve años más tarde, cinco familias adquieren las tierras y conforman la Sociedad Agrícola la Unión de Scala Dei: un embrión de cooperativa cuyo empuje, en cuestión de años, acaba cubriendo casi todo el corazón del Priorat de viñas. El vino reparte mejor sus beneficios y genera prosperidad como nunca antes. Villas cargadas de un patrimonio arquitectónico notable resplandecen por los recovecos prioratinos, que llegan a acoger hasta 30.000 almas.
Y el segundo: 1893. La llegada de la filoxera al Priorat supone su apocalipsis; la viñas sufren por la plaga, la producción se desvanece, aparece el hambre, la emigración es masiva… y el tiempo se detiene.
UN MUST
Navegar el corazón del Priorat: el espectáculo de lo slow
Sol, i de dol, i amb vetusta gonella,
J. V. Foix
Em veig sovint per fosques solituds,
En prats ignots i munts de llicorella
I gorgs pregons que m’aturen, astuts.
Que el tiempo se detenga es, precisamente, otro de los regalos más preciados con los que el Priorat puede engatusarte. Y es lo que sucede cuando te decides a transitar sus rugosos pliegues pueblecito tras pueblecito, perspectiva tras perspectiva, luz tras luz.
Navegar en coche por ese mar de zigzags es teletransportarse mientras los sentidos disfrutan, además de un auténtico viaje.
Es toparse con Porrera —ahora sí— y recorrer sus callejuelas rebosantes de sofisticados relojes de sol, signo aún visible del auge que vivió el Priorat en el siglo XIX.





Es desfilar frente a un skyline inesperado, el de la Vilella Baixa, definido por pendientes impresionantes y edificios de hasta siete pisos de altura —razón por la que Josep Maria Espinàs, en 1961, bautizó a este pueblo como «la Nueva York del Priorat»—.


Es oler el silencio de Torroja mientras reconoces los palacetes que han quedado anclados al pasado en su núcleo pétreo, rebozado por adoquines, o alzarse hasta la Morera de Montsant y, en sus alturas, probar la truita amb suc o las carrilleras de kilómetro cero del fantástico restaurante La Morera, regado con vino embotellado tres casas más allá.





Es, en todos los casos, gozar de un paisaje único y sutil que te abraza. Es reseguir terrenos de llicorella, la pizarra que le confiere al Priorat su aptitud inigualable para dar unas garnachas y unas cariñenas únicas. Un sustrato que tiñe de pardo intenso un entramado de colinas, montañitas y pendientes imposibles en el que a las viñas les acompañan almendros, olivos, avellanos, higueras y otros verdes hermanos de la familia mediterránea.




Fueron los cultivos a los que tuvieron que abrirse los prioratinos tras la maldita filoxera, invitación forzosa a lanzarse a aquello de «renovarse o morir». De aquel momento son hijas, por cierto, las Cooperativas modernistas de Falset o de Cornudella de Montsant, edificios que ejemplifican la resiliencia y el cariño de los locales por sacar adelante su territorio, a las duras y a las maduras, de modo colectivo. Un cariño sincero que perdura y que, sin duda, olerá y percibirá quien se acerque hoy al Priorat.

NATURALEZA
El Montsant: la otra cara sagrada del Priorat
En su maraña de ondulaciones, el Priorat tiene una columna vertebral clara, una brújula visible desde todas partes: el Montsant. Una cadena de riscos que, en contraste con las tierras pizarrosas del centro del Priorat, sobresalen blancuzcas y lisas.
No es una montaña cualquiera, y su aspecto la delata. Una especie de prima tarraconense de la archiconocida Montserrat cuyas formas han sido, desde hace milenios, un imán espiritual absoluto.
Los árabes ya la llamaban ‘montaña bendita’. Los cartujanos de Scala Dei veneraron —y aprovecharon— el lugar por cerca de siete siglos. Y sus protuberancias caprichosas y enigmáticas han acogido, desde hace centurias, a decenas de ermitas y centenares de ascetas que, llamados por la paz y el misticismo del paraje, han encontrado en él refugio para los sentidos. Es algo que dura hasta hoy: la ermita de Sant Joant del Codolar cuenta aún con una ermitaña que la cuida y custodia.


Bajo ese mismo influjo discurre uno de los recovecos más impactantes (y accesibles) del Montsant: la Vall del Silenci. Desde Ulldemolins parte una ruta fácilmente practicable en una mañana que penetra en su interior y en la deliciosa tranquilidad que atesora entre metros y metros de muros pétreos, y que alcanza otra ermita tan singular como sorprendente: la de Sant Bartomeu de Fraguerau. El paraje es, sin duda, una llamada poderosa a la introspección más absoluta.



Hoy, el Montsant es también un imán para escaladores que, temporada tras temporada, acuden desde todos los rincones del planeta para sondear sus verticalidades. Si paseas por la pequeña pero dinámica Cornudella de Montsant, es probable que te topes con algún norteamericano o escandinavo deseoso por trepar los riscos que allí inician su subida a los cielos.
Y, por supuesto, el Montsant es el hito geográfico que desde 2001 le da nombre a la denominación de origen más joven de la comarca y una de las más emergentes de Catalunya. Su terreno calcáreo hace que, sorprendentemente, entregue vinos muy diferentes (y felizmente complementarios) a los del contiguo y pizarroso centro del Priorat, y acaba por convertir a este punto minúsculo y extraordinario del planeta en una superpotencia global del mapamundi vitivinícola.
PAISANAJE
Calidad y vino, de abuelos a nietos (y a foráneos)
El batacazo demográfico que supuso la filoxera ha hecho llegar sus ecos hasta el día de hoy. Gran parte de la población del Priorat huyó entonces hacia las zonas industrializadas cercanas y, en 2023, la comarca no reúne a más de 9.800 habitantes.
Pero, ¿qué problema es ese en el Priorat? La región es una abanderada orgullosa de la calidad por encima de la cantidad. Porque a pesar del declive poblacional, lo que no ha menguado en el lugar desde aquella fatídica etapa es el trabajo inquebrantable de las familias locales por seguir cultivando la vid, ni tampoco su capacidad por sobreponerse a la adversidad aprovechando sus facultades.
En la década de 1980, a esa virtud prioratina se le añadió un golpe de suerte. Entonces, atraídos por una tradición vitivinícola, un terreno, un clima y una orografía únicos, cinco enólogos de reputación mundial se dejaron caer por un enclave que aún se desentumecía del fatídico siglo previo. Eran René Barbier, Daphne Glorian-Solomon, Álvaro Palacios, José Luis Pérez y Carlos Pastrana: los ‘Cinco Magníficos’.




Su paso por la comarca fue un éxito rotundo, y su trabajo acompasado con los bodegueros autóctonos sumó una capa de dinamismo glamoroso a la producción prioratina. Los caldos del lugar empezaron a viajar por el planeta y a ser premiados globalmente por su singularidad, y la historia desembocó en un reconocimiento único. Desde el año 2000, el Priorat goza de un estatus que, en toda España, solo comparte con la Rioja: el de Denominación de Origen Calificada.
Hoy, cerca de 170 bodegas se enmarcan en las dos denominaciones de origen de la comarca del Priorat. O lo que es lo mismo: ¡una por cada 60 habitantes! Y si bien no sé si existe alguna otra región del mundo con una densidad mayor de cellers por cabeza que esta, lo que es indudable es que el nuevo soplo del Priorat es evidente, y que entrelaza la herencia pasada con los aportes locales y globales del presente, respetando la tradición y —ante todo y por gran suerte— el territorio y el paisaje que lo define.


Y, en un mundo donde la globalización parece querer exterminar a pasos de gigante la reivindicación de las raíces y su vuelta a ellas, el Priorat se empecina en demostrar que es posible otra forma de ver y de hacer las cosas.
En Falset, la capital comarcal, nos encontramos con Xavi en su tienda de vinos. Nos da a probar tres de los vinos de su bodega, Cellers Sant Rafael: se llaman Xavi, Joana y Blanca, y son una dedicatoria a sus hijos. Hijos que, en contra de lo que cabría esperar si sus padres no hubiesen hecho la apuesta de volver a la región de origen de sus familias, no estarían ahora correteando por las calles decoradas de street art vitivinícola de una comarca que hoy reluce mirando al futuro.
Esta guía narrada y este escritor/curioso empedernido no se cansarán de repetir la tesis de apertura de este texto: el Priorat atrapa y seduce. Por ello tampoco es de extrañar que no dejen de aparecer nuevos emprendimientos por el lugar empujados por la misma fuerza motriz que trajo a los Cinco Magníficos hasta aquí.
Hijos notables de esa brisa de ultramar son la animada taberna La Bacchanal, en Falset —fruto de un uruguayo y un catalán— o los alojamientos en los que tuvimos la suerte de hospedarnos: el Priorat Aparthotel —una casa del centro histórico de Falset reconvertida con gusto exquisito por una familia irlandesa— y el Hotel ORA Priorat, en Torroja —un espléndido hotel de diseño con una biblioteca fantástica sobre la zona—. Todos son más que recomendables.






EPÍLOGO
Un brindis al atardecer
En el punto más alto de Torroja del Priorat, centro geográfico del antiguo Priorat que creció en torno a la Cartuja de Scala Dei, acaba este recorrido. Desde allí se ve de manera privilegiada otro de los regalos prioratinos: la puesta de sol.
De pardo a liloso, de gris a dorado, de verde a azul oscuro. Uno tras otro, los tonos que colorean al Priorat y sus superficies van cambiando de piel a medida que el sol desciende sobre el horizonte, con la silueta deslumbrante y mágica del Montsant vigilándolo todo.
¿Y qué mejor modo de ver cómo el sol se pone tras este paisaje que a través de una copa de vino? Es una metáfora preciosa y precisa de lo que significa el Priorat: al fin y al cabo, en la base primigenia, es la comunión entre los rayos del sol y los terrenos generosos que aquí los reciben lo que llena felizmente nuestras copas… y da vida a este paraíso. 🟣


Fotografías propias.
Texto dedicado a Lucho —compañero de viaje inmejorable— y a Eli y Enric, nuestros amigos y estupendos guías en el Montsant.
Código ético: no he recibido ningún tipo de compensación económica o incentivo por parte de ninguno de los establecimientos ni lugares mencionados.
🍇 Para saber más sobre el Priorat y cómo descubrirlo:
- La página web de turismo del Priorat, turismepriorat.org, es sencillamente excelente. Contiene una enorme y completa selección de rutas y caminatas para todos los públicos, un directorio exhaustivo de las bodegas de la comarca, información sobre sus horarios de apertura y modalidades de visita.
- Dónde alojarse:
- Falset, la capital del Priorat, es una opción bien ubicada y con mucha oferta tanto a nivel de alojamientos como comercial, de restauración y de vinotecas.
- Cornudella de Montsant, en el otro extremo del Priorat, también tiene una oferta amplia y variada, ideal para escaladores.
- Opciones como Porrera o Torroja del Priorat, ubicadas en el corazón montañoso de la comarca, son todavía más tranquilas que las anteriores, y óptimas para desconectar al 100%. A la vez, quedan a unos 20′ de cualquier punto de interés en la comarca.
- Como moverse: es imprescindible tener coche propio para disfrutar al máximo del Priorat. Las distancias pueden parecer cortas, pero las carreteras sinuosas hacen que los trayectos se alarguen. En cualquier caso, conducir por la comarca y verla desde el coche es ya un espectáculo al que no hay que renunciar.
- Bodegas: encontrarás una bodega tras otra a medida que navegues por el Priorat. Algunas de ellas son pequeñas y familiares y pueden visitarse llamando a su puerta; otras, las más grandes, requieren cita previa para poderlas visitar y ofrecen distintas visitas guiadas y experiencias; las cooperativas de Falset-Marçà o de Cornudella son también tiendas y ofrecen todo tipo de productos de la zona. Infórmate en turismepriorat.org/es/enoturismo-en-el-priorat y prepárate: será imposible no cargar el maletero de tu coche de buenos caldos.
🍇 El Priorat
El paraíso de lo slow

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