Canovelles, el pueblo de las 2500 tortillas de patatas

Los rincones del mundo están llenos de tradiciones de las que la gente se usa para celebrar, básicamente, la vida. 2020 merece que lo hagamos –y mucho–, y hoy me tomo la licencia de restarle un ápice de exotismo a este blog para escribir sobre una celebración no poco singular y sobre un recoveco del mapa que conozco tanto como quiero: ‘mi’ Canovelles. Pasen y lean.

Huevos, celebración y un objetivo relativo

Si este fuera un año normal y libre del maldito coronavirus, hoy, en Canovelles, apenas a 30 kilómetros de Barcelona en dirección a los Pirineos, cerca de dos mil personas —servidor incluido, faltaría más— estaríamos celebrándonos colectivamente de un modo bien singular: batiendo huevos.

Porque, como manda la tradición, el penúltimo jueves de julio es día señalado en el lugar: llega el Concurso de Tortillas de Patatas. Un macrofestival gastrocarnavalesco donde, por equipos de seis miembros, cerca de un diez por ciento del pueblo trata, por un par de horas, de cocinar la mejor tortilla posible.

Aunque eso, en realidad, es lo de menos.

Al terminar el cocinado, los equipos colocan su tortilla en la mesa de evaluación. Aunque, ¿qué mas da quién gane?
© Ajuntament de Canovelles

18 años después, 2500 tortillas

Lo siento para los románticos, pero no: no hay que buscar en sufridas estrategias de aprovechamiento del excedente agrario el origen de todo este festival del color y la patata. Todo empezó en 2003, cuando a los eventos de las fiestas locales de verano se les sumó —para calentar motores ante el fin de semana de celebraciones—, un concurso de tortillas.

Al llamado, en la céntrica Plaça de la Joventut, había que acudir con un fogón a gas, los ingredientes y utensilios para preparar la tortilla en el plazo de una hora y las ganas de hacérsela probar a un jurado formado por representantes del tejido social y comercial local.

Un jurado local decide los tres premios por repartir. Imagen de Juan Navarro

De aquella primera convocatoria discreta a la que acudirían unos diez concursantes, poco queda hoy. Al evento tortillístico se han sumado, año tras año, más y más grupos de amigos, familias —de nietos a abuelos— y colectivos concursantes, y la tradición reciente de acudir a cocinar disfrazados. Todo ello para optar a tres premios: uno a la tortilla más sabrosa, otro a la mejor decorada y un tercero al mejor atuendo.

800 participantes y un millar largo de personas revoloteando por el público le dan forma y colores —mayoritarimente azul y amarillo, como los símbolos locales— a un evento que, en proporción y comparando la escala canovellense con la de Barcelona, aglutinaría en la capital catalana a la capacidad de dos Camp Nous.

Hasta 2018, el Concurso de Tortillas de Canovelles se celebró en la Plaça de la Joventut.

Ahí no acaban las cifras grandes de esta fiesta: en los años recientes, 120 equipos han concursado en la contienda, obligando año tras año a aumentar la superficie de concurso. Echando la vista atrás, en los diecisiete eventos celebrados hasta la fecha, se deben de haber cocinado, en suma, unas 2.500 tortillas. Y eso son muchos huevos y –os lo aseguro– mucha jarana.

Del año de las mil tortillas a la versión digital de 2020

Me encantaría decir lo contrario, pero Canovelles no es famosa por su belleza arquitectónica, ni su harmonía urbanística. Somos hijos del desarrollismo industrial metropolitano de la Barcelona de los 60, que nos hizo crecer de repente y erigirnos en un cruce de caminos que se convirtió en la casa compartida y co-construida de muchos y muchas. A toda honra.

Sin embargo, a la vez y paradójicamente, somos viejos: el nombre de nuestro pueblo apareció documentado por vez primera en 1008. Y, para celebrar el Milenario local, en la edición del Concurso de Tortillas de 2008 el reto competitivo fue sustituido por el de cocinar, entre cien parejas, mil tortillas. Por supuesto, superamos el desafío con creces. Y si no fuera porque a veces pecamos de poco ágiles, seguramente tendríamos —además de una fiesta estupenda— un récord Guinness.

A partir de 2019, la celebración tuvo que trasladar a un espacio más amplio. Imagen de Josep Hospital

Pero, a decir verdad, ¿para qué necesitamos un récord Guinness, en Canovelles? El Concurso de Tortillas se vale por sí solo. Es una celebración de la comunión, del compañerismo y de lo colectivo que, por un par de horas al año, nos acordamos de ejercer en este país tan precioso como complejo.

¿Y qué tiene de especial, en el fondo, toda esta historia? En síntesis, el Concurso de Tortillas de Canovelles tiene en su gracia y sentido lo que cualquier festividad local del mundo latino: celebrar, reencontrarse con la raíz y disfrutar en comunidad el paso bellamente irremediable del tiempo.

Y tan necesario como es para el cuerpo y la mente explorar las lejanías del planeta y descubrir cosas nuevas, también lo es reconectarse, periódicamente, con lo propio.

Azul y amarillo mandan en la Festa Major de Canovelles. Imagen de Juan Navarro

Si este fuera un año normal y libre del maldito coronavirus —como empezaba diciendo— hoy, en Canovelles, estaríamos todos a puntito de empezar a concursar, otro año más, y de sumar ciento y tantas tortillas más a nuestro milenario contador. En esta ocasión, sin embargo, nos tendremos que conformar con cocinar tortillas desde casa y ‘concursar’ digitalmente.

Sin embargo, para el año que viene, que nadie lo dude: volveremos con más patatas que nunca. Y, para entonces, estaréis todos y todas más que invitados a brindar en Canovelles, el pueblo de las tortillas.

Visca Canovelles! 🟡


Imagen de portada por el Ajuntament de Canovelles.

Canovelles

el pueblo de las 2.500 tortillas de patatas

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Singularia es un blog de Sergio García i Rodríguez, miembro de Barcelona Travel Bloggers | ©2023

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Publicado por Sergio García i Rodríguez

Me llamo Sergio García Rodríguez y nací en 1990 en Canovelles, Barcelona. Soy un explorador compulsivo al que le encanta perderse investigando, leyendo y —sobre todo— escribiendo sobre (re)descubrimientos viajeros, la ‘cara B’ del mundo y sus curiosidades. Y para contagiar todo ese ímpetu eché a andar este blog, en 2019.

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