Impresiones de Tel Aviv: una primavera de contrastes

Este post forma parte de la serie: Tel Aviv-Jerusalén: diario de un viaje tan inesperado como asombroso | 1. TEL AVIV 2. Jerusalén

En una tarde de mayo, en Salou, me hicieron subir a un escenario. Se celebraba la novena convención anual de Barcelona Travel Bloggers, y resulta que era uno de los finalistas de un concurso que organizaban la oficina de turismo de Israel y su aerolínea nacional, El Al, para la ocasión. Contra todos mis pronósticos, acerté más preguntas que el resto —tales como «¿Cuántos restaurantes veganos hay en Tel Aviv?», «¿Qué lleva la shakshuka?»…— y, de repente, había ganado un viaje, acompañante incluido, a un punto del mapa que por entonces no formaba parte de mi lista de futuribles.

Varios meses después, tras encajar el regalo en mi espinoso calendario anual, llegó el momento de plantarnos en Oriente Medio por casi cinco días: dos y medio para Tel Aviv, y otros tantos para Jerusalén. Ahora, tras haber ya regresado, las tres lecciones que saco de esta historia son claras. La primera: es difícil encontrar una región más compleja, magnética, llena de contrastes y cultural, religiosa y socialmente interesante que la estrecha porción de tierra comprendida entre el Mediterráneo y el río Jordán. La segunda, ¿cómo narices no se me había pasado por la cabeza visitarla hasta este bendito año? Y, por último: la vida, a veces, te tiene reservadas sorpresas más que agradables.

Aquí dejo, a modo de testigo y en dos tomos, un diario de impresiones de esta travesía inolvidable y sorprendente —y más corta de lo que habría sido deseable—, repleta de vivencias y escenas curiosas y, desde el prisma del aprendizaje viajero y personal, superlativa. Primera parada: Tel Aviv.

Día 1 | domingo, 4 de diciembre de 2022

BARCELONA – TEL AVIV

9h00 | Preguntas y respuestas en el Aeropuerto del Prat

«¿Cuál es el propósito de vuestro viaje? ¿De qué os conocéis? ¿Vivís juntos? ¿Quién ha hecho vuestra maleta?» Antes de facturar en el mostrador de El Al, la seguridad israelí se ha encargado de cerciorarse de que nuestras intenciones viajeras son benévolas. El cuestionario ha sido exhaustivo, pero ejecutado con una exquisita amabilidad. «Tel Aviv os encantará: es una ciudad fantástica», nos dicen sonrientes, a modo de remate. No sin antes colocarnos, en el equipaje y en el pasaporte, un adhesivo que, nos cuentan, certifica que hemos pasado el control de seguridad.

12h30 | Sobrevolando, pongamos, Cerdeña

Sí, se puede comer rico a bordo. Y no, no es por hacer publicidad gratuita, pero nunca he comido un bocadillo aéreo tan sabroso y crujiente como el que nos ofrecen en El Al: carne jugosa en salmuera, con pepinillos y cebolla. Por supuesto, es ternera.

16h40 | Trámites

Tras cruzar el Mediterráneo de cabo a rabo, el avión toca tierra en el aeropuerto de Ben-Gurión, que lleva el nombre de quien pronunciara la proclamación de independencia del Estado de Israel en 1948. Oímos nuestro primer «shalom!» por megafonía y, después de bajar de la nave y recorrer varios pasillos, la máquina encargada de registrar mi pasaporte e imprimirme el visado se detiene en seco y me dice que me dirija a un mostrador. Allí me dan el susodicho papel: una tarjetita azul que hace las veces de sello —Israel evita estampar los pasaportes de los turistas para facilitar que puedan entrar a un país árabe en el futuro—. Una cola de veinte minutos nos separa del siguiente control, la propia aduana, donde nos vuelven a preguntar por el motivo de nuestro viaje. El adhesivo que nos han colocado en el Prat agiliza el trámite, y nos permite franquear —por fin— la puerta de salida al mundo exterior. Antes de dejar el aeropuerto cambiamos 100 euros por 325 shéquels: no es un mal trato.

17h30 | Un tren cómodo y rápido

12 minutos de tren separan al aeropuerto de nuestro destino, la estación de HaHagana, en el centro de Tel Aviv. El vagón es cómodo y, para nuestra sorpresa, silencioso; la información de las pantallas, trilingüe —hebreo, árabe e inglés—, y avistamos una decena de soldados que viajan a bordo, metralletas incluidas. Es noche cerrada: el día, aquí, a estas alturas del año, finaliza a las 16h30.

17h45 | Shalom, Tel Aviv

Salimos de la estación y nos da la bienvenida el balagan local, el famoso alboroto de estas tierras: frente a un skyline luminoso dominado por rascacielos y carreteras superpuestas, un trajín alborotado de vehículos y personas de todas las edades y tonalidades circula en todas las direcciones posibles. Reseguimos la calle Levinski, que nos tiene que llevar hasta el hotel en unos 20 minutos a pie, en un tramo de vía que dista de ser la más bella y harmoniosa de la ciudad. Pero la escala grotesca y destartalada de la avenida y sus edificios se convierte en cuestión de minutos en un laberinto de callejuelas peatonales cálidas y casi pueblerinas, y de repente aparecen colmados de especias, ancianos que comen frutos secos sentados al fresco y terrazas en plena calzada donde la gente disfruta de su cerveza a los 23 grados de diciembre.

18h15 | Los contrastes que vendrán

Llegamos a nuestro alojamiento —Selina Neve Tzedek— y comprobamos que está insertado en un complejo de casas centenarias de dos plantas que, a diez metros de distancia, ven como un rascacielos de viviendas de 100 metros de altura se abalanza sobre ellas. El contraste arquitectónico y urbanístico se reafirma como primera evidencia en Tel Aviv. Bordeando el alojamiento, la antigua vía de tren ha sido convertida recientemente en parque, y decenas de patinetes eléctricos descienden por él hacia el mar dejando atrás a otras tantas decenas de megaedificios.

19h00 | Neve Tzedek, el barrio más añejo

Tel Aviv es una urbe relativamente nueva —fue oficialmente establecida en 1906—, pero nuestra primera parada es su barrio más añejo: Neve Tzedek. Sus casonas, bajas y ajardinadas, de colores pastel, y los pasajes que le dan forma, construidos de 1887 en adelante, relucen bajo el brillo de una luna clarísima, que parece una inmensa lámpara flotante. En esta urbe a distintas alturas, Neve Tzedek es un oasis de tranquilidad repleto de cafeterías, galerías de arte, restaurantes y tiendas de decoración y, en de alguna forma, recuerda a una versión mediterránea y oriental del centro de Reikiavik.

20h30 | La noche de Tel Aviv (I): Florentin

Nos adentramos momentáneamente en la la calle principal de Tel Aviv —Rothschild Boulevard— para comprobar que, con la ayuda de inmensas grúas, la ciudad crece a pasos agigantados. Pronto, de nuevo, la trama cambia, y ya estamos en Florentin: el barrio hipster y grafiteado de la urbe, de edificios bajos y callejuelas estrechas, lleno a estas horas de terrazas abarrotadas sobre las aceras. Que a Florentin le vaya la marcha no impide que nos encontremos, en nuestro deambular, con varias sinagogas. Es el momento de cenar en el patio de un local llamado Casbah, probar la berenjena a la brasa envuelta en tahini y pagar unos 9 euros por una cerveza de medio litro. Por cierto: en Tel Aviv, te animan a pagar propina —sugiriéndote un 10% del total—.

22h30 | La noche de Tel Aviv (II): el Barrio Yemení

La noche está cálida y suave, y el mar nos atrae. Tras cruzar una zona de antiguas y destartaladas barracas de pescadores hoy convertidas en animados bares, nos acercamos hacia el parque de Charles Clore —un inmenso prado plagado de gimnasios al aire libre— para oler el Mediterráneo de Tel Aviv. No hay demasiado ambiente a esta hora en el frente marítimo de la ciudad, y tras saludar a los megahoteles que le dan forma, nos sumergimos en un barrio mucho más sugerente: el Yemení, erigido por los judíos que llegaron aquí desde el sur de la península arábiga a principios del siglo XX. Un laberinto de bloques de pisos bajos y casas envueltas en árboles y buganvillas nos regala, en torno al mercado de Carmel —que a esta hora duerme— otra pléyade de terracitas bien pobladas y animadas. Un refrigerio más, y a la cama: mañana, más y mejor.

Día 2 | lunes, 5 de diciembre de 2022

TEL AVIV

8h30 | Teletrabajo con estilo

El segundo día de la semana israelí —el primero es el domingo, tras el sabat— se despierta con un sol radiante. Desayunamos en Ma Jolie, una cafetería/galería de arte de Neve Tzedek en la que, ya a estas horas, hay una legión de estilosos teletrabajadores instalados en el lugar —varios de ellos con sus mascotas—, sorbiendo café tras sus enormes gafas de sol mientras teclean en sus MacBooks y hablan sin parar por teléfono. Tel Aviv es un hub mundial de startups tecnológicas y emprendimientos digitales, y todo el mundo parece, de algún modo, participar de ese hito a todas horas.

9h30 | La colina de primavera

Cuando a inicios del siglo XX, las 60 familias judías que la impulsaron planeaban la creación de una nueva ciudad en las entonces dunas frente al Mediterráneo, le pusieron por nombre ‘colina de primavera’. Eso es lo que significa Tel Aviv en hebreo, y no hay palabras que encajen mejor con esta urbe: hay plantas, árboles, flores y frutos por todas partes. En los preciosos rincones de Neve Tzedek, la exuberancia vegetal es un espectáculo; a medida que nos acostamos hacia el centro de la ciudad, las palmeras, los ombúes y los ficus alcanzan alturas deslumbrantes. El clima ayuda: en pleno diciembre, con esta brisa húmeda y agradable, estamos a 24 grados.

10h00 | El mercado de Carmel

El Barrio Yemení parece otro a esta hora. Las persianas que anoche yacían cerradas se han transformado en los toldos y las paradas del mercado de Carmel, lleno de colores. Aquí, en los puestos a pie de calle o en las tiendas de los bajos de los edificios —que se intercalan formando una red de vías que, a ciencia cierta, no sabes dónde empieza o termina— se encuentran desde las granadas y las alcachofas más grandes que visto en mi vida hasta kipás de todos los colores, pasando por pan, cordero o pelotas de fútbol. Contra lo que cabría esperar, no es este mercado un enclave agobiante, sino un zoco apacible.

11h00 | Tel Aviv, capital Bauhaus

Durante la década de 1930, cuando Tel Aviv se regía bajo el mandato británico de Palestina, oleadas de inmigrantes huidos de la Alemania nazi recalaron en la ciudad. Entre ellos, arquitectos formados bajo los preceptos de la escuela Bauhaus, una corriente arquitectónica de origen teutón que pregonaba líneas rectas, espacios funcionales y superficies blancas. En aquel momento, la ciudad se expandía hacia el norte a marchas forzadas, y aquel estilo copó su desarrollo. El resultado, la archiconocida ‘Ciudad Blanca’: 4.000 edificios Bauhaus que hacen de Tel Aviv la urbe con más construcciones de ese estilo de todo el planeta, y que desde 2003 son Patrimonio Mundial de la Unesco. Venimos hasta la calle Bialik para ver —leemos— «la mejor de las muestras», y nos la encontramos, en su mayoría… en obras. El calor y la humedad de estas latitudes han dañado muchos de los ejemplares Bauhaus erigidos casi hace un siglo, y muchos de ellos están hoy en proceso de reforma a lo largo y ancho de la ciudad. Hacemos una parada en una tienda en la que habría estado por horas y que resulta ser un punto clave para entender la magnitud y el peso de esta arquitectura austera y servicial en el ADN de la ciudad: el Bauhaus Center Tel Aviv. Sus libros y postales son una ventana fantástica para observar cómo, en cuestión de décadas, el movimiento Bauhaus hizo que Tel Aviv pasara de ser desierto al embrión de una metrópolis cómoda y eficiente.

12h00 | ¡El mar!

Otro capítulo de contrastes telavivíes: su paseo marítimo. Qué preciosidad de tonos despliega el Mediterráneo en este rincón, qué arenas tan luminosas y qué despropósito de moles de hormigón tienen plantadas a sus pies. Mientras decenas de grúas se preparan para seguir trufando la costa de la ciudad de hoteles de lujo y clubes de playa, caminamos bajo el sol por una pasarela fantástica donde hay gente corriendo, andando en bicicleta, deambulando sin prisas y hasta catando el agua —que, por cierto, parece una piscina inmensa—. A 3.000 kilómetros de Barcelona, el ambiente relajado y marino de este paseo tiene un sabor parecido al del Port Olímpic. Pasada la playa Hilton, nos encaramamos por un camino de piedra hasta el parque de la Independencia, un balcón verde frente a la amplitud acuática.

13h30 | Bocinas fáciles

Navegamos de nuevo por los frondosos y calmos barrios residenciales de Tel Aviv y, bruscamente, se nos cruza la ruidosa calle Shlomo Ibn Gabirol, completamente patas arriba por las obras del tranvía. Ríos de viandantes circulan yendo a comprar, deteniéndose a almorzar o volviendo de la escuela, y nos queda más que clara una cosa: en esta ciudad, el umbral de paciencia para emitir un bocinazo desde un bus o un coche es, prácticamente, inexistente.

13h30 | El techo de Israel

Bordeamos el Ayuntamiento de Tel Aviv —un edificio brutalista de 1966 al que no es fácil cogerle cariño— y, en pocos minutos, nos plantamos frente al celebérrimo Museo de Arte de la ciudad, que comparte manzana con el Centro de Artes Escénicas y la Biblioteca Central. Una manzana, por cierto, cuya panorámica parece sacada de una película futurista: se adivinan, al fondo, las torres Azrieli y sus alturas espejadas y estratosféricas, que llegan a los 235 metros. Son los edificios más altos de Israel y, para un barcelonés poco acostumbrado a los rascacielos, generan un cierto vértigo. En este tramo, de repente, Tel Aviv recuerda más a una ciudad norteamericana que a una de escala europea.

14h00 | Rothschild Boulevard

Es increíble como el sol, a esta hora ya empieza a bajar y a teñir de rojizo el horizonte. Rothschild Boulevard, con esta luz, es más que disfrutable tanto para el peatón como para el ciclista, con sus palacetes Bauhaus y sus elegantes edificios en los que, a menudo, hay sorpresas escondidas en forma de esculturas.

15h00 | ¡HUMMUS!

El hambre acecha y es hora, ahora sí, de rendirse a una delicia celestial de que en estos lares es religión: el hummus. Una receta de Oriente Medio tan vieja como el propio Mediterráneo, que probamos en el restaurante Kaful de la colorida y peatonal calle Nahalat Binyamin, repleta de terrazas y palacetes otomanos. ¿Puede una mezcla tan sencilla como garbanzos, ajo, limón, tahini y aceite de oliva generar tanto, tanto placer gustativo? Sí, por supuesto, ¡vaya que si puede! Este hummus tiene más tahini y menos ajo y limón de lo que estamos acostumbrados a probar, y es cremosísimo. Que no falte la pita para rebañar, por favor.

16h00 | Una postal al atardecer

A estas alturas, hemos dado una vuelta completa a lo que podría considerarse el centro de Tel Aviv. La ciudad es refrescante y efervescente, con gente, tiendas, bares y restaurantes por todas partes, y con una población totalmente entregada a la causa de disfrutarlos. Volvemos al paseo marítimo para despedir al sol, allí donde se adivina la casba y los minaretes del antiquísimo barrio de Jaffa. Y el emplazamiento es un lugar fantástico para observar una muestra de la enorme diversidad de la población local: desde judíos con kipá corriendo frente al mar hasta mujeres árabes con hiyab que desfilan hacia el sur, pasando por una enorme mayoría de individuos con aspecto completamente laico. Y, por supuesto, muchos, muchos gatos: son ellos, en realidad, quienes dominan Tel Aviv.

19h30 | La noche de Tel Aviv (III): Jaffa

Tras un sesteo más que necesario, hacemos caso de la recepcionista de nuestro hotel: «Id a Jaffa, a la zona del mercado: ¡está muy animada de noche!» En apenas quince minutos nos plantamos en un barrio que esperábamos visitar mañana y que, en estricto rigor, es una especie de tatarabuelo de la actual Tel Aviv. Jaffa (o Yafo, en hebreo), es un lugar con una historia, una arquitectura y un mosaico social previo y propio respecto al de la Tel Aviv que hemos visto hoy. Aparece en escritos de hace 4000 años, cuentan que está poblada desde hace 9500 y, por supuesto, preexistía a la nueva ciudad que creció al norte. No fue hasta 1950 que esta la absorbió en su municipio, que oficialmente se llama Tel Aviv-Yafo, y hoy forman un continuo urbano en el que, no obstante, está más que claro donde y cuando empieza Jaffa. La Torre del Reloj marca la hora desde 1903, y es la primera huella evidente del largo dominio otomano del lugar, que lo impregnó todo con sus muros y arcos de piedra caliza. Lo que no difiere del resto de Tel Aviv es el ambiente. Efectivamente, alrededor del mercado todo bulle: restaurantes, cervecerías, y cafeterías se entrelazan en otra maraña de callejuelas que, a estas horas, ha bajado las persianas y se entrega a su lado más ocioso. El encanto de Jaffa es el de los rincones con siglos y siglos de historia, una luz cálida y la herencia de todos quienes han pasado por aquí. Antes de retirarnos a dormir, le damos una vuelta a la mezquita de Al Siksik, muestra estupenda de este cóctel.

Día 3 | martes, 6 de diciembre de 2022

TEL AVIV — JAFFA — JERUSALÉN

9h00 | Jaffa de día

El sol mañanero es igual de radiante que el de ayer, y un chubasco nocturno nos entrega una Tel Aviv reluciente. Volvemos a Jaffa bordeando el Mediterráneo para zambullirnos en lo que anoche no vimos —y su joyita mejor conservada—: la vieja casba y su viejísimo y bíblico puerto. La ausencia de gente, a esta hora, contrasta con la enorme cantidad de quienes han pasado por este laberinto embrujador en los milenios precedentes. Varias mezquitas, un monasterio franciscano, una iglesia ortodoxa griega, una armenia… Es difícil encontrar más y tan diversos legados en un pedacito de tierra así de minúsculo. Incluso Napoleón, leemos, asedió Jaffa en marzo de 1799. Hoy, los muchos recovecos de la casba de Jaffa son totalmente cautivadores, plagados de puertecitas deslumbrantes, cactus, palmeras, buganvillas y esculturas. Y muchas, muchas galerías de arte, joyerías y tiendas de artesanía. Desde el punto más alto de Jaffa se ven, entre campanarios y minaretes, los modernos rascacielos de Tel Aviv frente al mar. Es el último contraste que esta ciudad nos regala antes de que tengamos que decirle adiós.

12h00 | Hasta otra, Tel Aviv

Las calles deslavazadas que nos dieron la bienvenida hace un par de tardes nos despiden ahora bajo el sol, mientras paseamos nuestras maletas entre puestos callejeros de comida y una pléyade de negocios diminutos y transitadísimos. Avanzamos hacia la estación de tren de HaHagana sintiéndonos en sintonía total con esta ciudad diversísima, hedonista, ambiciosa y tan sofisticada como canalla. Es fácil empatizar con ella y su mezcla seductora, pero toca cambiar de tercio. Pasamos el control de metales antes de bajar a las vías y subirnos en un vagón que, en media hora larga y por 24 shéquels (6,60 euros), nos dejará en una ciudad tres veces santa y muchas más veces increíble: Jerusalén. 🟠

Código ético: la Oficina de Turismo de Israel en España y El Al han financiado parte de este viaje. Este post ha sido escrito por iniciativa propia y ningún establecimiento que en él aparece mencionado ha pagado por hacerlo.

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Singularia es un blog de Sergio García i Rodríguez, miembro de Barcelona Travel Bloggers | ©2023

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Publicado por Sergio García i Rodríguez

Me llamo Sergio García Rodríguez y nací en 1990 en Canovelles, Barcelona. Soy un explorador compulsivo al que le encanta perderse investigando, leyendo y —sobre todo— escribiendo sobre (re)descubrimientos viajeros, la ‘cara B’ del mundo y sus curiosidades. Y para contagiar todo ese ímpetu eché a andar este blog, en 2019.

3 comentarios sobre “Impresiones de Tel Aviv: una primavera de contrastes

  1. Sergio, me ha encantado el post, que además está tan bien ilustrado. Me he sentido yo misma callejeando por una ciudad que no conozco aún. «Colina de primavera», ¡qué bonito! ¡Enhorabuena y un abrazo viajero! Concha

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