Thirasia: la hermana desacelerada y discreta de Santorini

Desde ella se huele el bullicio de Santorini. A apenas dos kilómetros se divisan las casitas blancas y las cúpulas azules de Oia y Fira, amontonadas, desperdigándose desde la cornisa rocosa hacia el Egeo oscuro.

Una frontera, la acuática, que la mantiene en otro siglo respecto a su famosa hermana. Es Thirasia, la isla gemela pero antagonista de Santorini, un enclave que se siente remoto pese a estar a dos mil metros de uno de los epicentros veraniegos del planeta. Dicen que es algo así como si a Santorini no hubiesen llegado los jacuzzis, el glamour y el ruido, y es probable que tengan razón.

Thirasia
Desde Thirasia se ve el lujo de Oia, a la distancia.

Un poco de historia (y geografía) para entender los porqués de Thirasia

En Thirasia viven 319 personas, y hay cinco pueblos —algunos con menos humanos que los que se pueden contar con una mano—, dos puertos y 21 iglesias. Quizás, al leer esto, tu mente se plantee «¿y tantas iglesias, para tan pocas personas?», y lógica no le faltará. Hace algo más de 70 años, esa cifra tenía más sentido que hoy: los habitantes de la isla casi triplicaban la cantidad actual, y es presumible que en este insular paraje se respirara algo más de dinamismo entonces.

La capilla de Korfos: de las imágenes más pintorescas que te deja Thirasia nada más llegar a ella por mar.

Sin embargo, en 1956, un gran terremoto asoló este rincón de las islas Cícladas, y a la destrucción de muchas de las construcciones se le sumó la posterior crisis de la construcción de barcos, motor de la economía de las islas hasta entonces. La emigración irrumpió con fuerza en Thirasia.

Ir más atrás en el tiempo explica aún más cosas esta isla y su geografía. La vecina de Santorini es hija de la misma y enormérrima erupción que, hacia el 1650 a.C., dinamitó el volcán sobre el que se asientan ella y su isla hermana. De esa eclosión surgió una especie de círculo formado por ínsulas escarpadas en las que las partes que miran al interior de la caldera —el viejo cráter— son, básicamente, acantilados totalmente verticales. Así que sí: Thirasia comparte con su hermana las formas agrestes, volcánicas y casi lunares.

Thirasia Santorini
Thirasia es agreste, como su hermana.

Sin embargo, hay una diferencia importante —y definitoria—: mientras que la parte de Santorini que mira a la caldera mira también al atardecer, en Thirasia sucede todo lo contrario, puesto que esta última dirige sus vistas al punto cardinal opuesto. Probablemente por ello Santorini haya podido —y sabido— hacer de las puestas de sol su mayor icono y reclamo, mientras que Thirasia vive de los restos que esa bendición vecina genera. Porque aunque es posible pernoctar en Thirasia, la mayoría de la gente que pone un pie sobre ella lo hace por apenas dos horas.

Thirasia
Una postal de Thirasia: aguas transparentes, casitas blancas y puertas azules.

Cómo llegar a Thirasia y qué hacer una vez allí

Es una postal rural y desacelerada de las islas Cícladas, tan cerca y tan lejos a la vez del ajetreo de Santorini. Eso es Thirasia desde que desembarcas en ella: mucho sol, muy poca vegetación, aguas transparentes, edificios blancos y bajos y varios visitantes que, como tú, acuden a la isla a la vez, muchos de ellos sin apenas ser conscientes de cómo se llama.

Porque a Thirasia llegarás, muy probablemente, durante la parada que hacen en la isla todas las excursiones que recorren la caldera en barco partiendo desde Santorini. Tras detenerte en el cráter del volcán-madre del archipiélago y bañarte en las aguas sulfurosas que lo rodean, el navío te dejará en el ínfimo muelle de Korfos —uno de los dos puertos de Thirasia—, alrededor de la hora del almuerzo, y será un buen momento para relajarse mientras ves, a lo lejos, el trajín de Oia.

Thirasia vista desde el cráter que le dio origen, con los 270 escalones que suben desde el puerto de Korfos al pueblo de Manolas.

Las instrucciones para usar ese ratito en Thirasia son sencillas. En apenas una hilera de casas blancas amontonadas junto al puerto-pueblo de Korfos se concentran casi todas las opciones: comer pescado fresco o carne a la parrilla sobre el mar en alguna de las tabernas, aprovechar las calas y sus aguas transparentísimas para zambullirse en el hedonismo mediterráneo, o alejarse unos pasos para visitar la capilla de Korfos, tan rudimentaria como entrañable. Y, a decir verdad, en un lapso de dos horas puedes celebrar estas tres etapas holgadamente.

Izquierda: todos los restaurantes del puerto de Korfos tienen ‘veranda’: un piso superior para ver el mar mejor | Derecha: la puerta de la sagrera de la capilla de Korfos.

También podrías, como opción alternativa, subir los 270 escalones que separan Korfos de Manolas, el mayor pueblo de la isla, que pende del acantilado que da forma a Thirasia, y que debe de entregar unas vistas de la isla enfrentada maravillosas.

No fue mi caso: decidí dejarme llevar por la ociosidad extrema y refugiarme del sol inclemente cerca del agua, disfrutando de un lugar felizmente remoto cuando lo tendría todo para no serlo, hasta que un bocinazo procedente del barco nos recordó que tocaba proseguir con la ruta de vuelta a Santorini.

Thirasia Santorini
Gatos: los reyes de las islas Cícladas.

Cuando, uno a uno, todos los visitantes esporádicos de Thirasia nos fuimos despidiendo de este reducto de paz egeo por la pasarela del muelle, un par de gatos se acercó hasta mis pies. Fue una especie de recordatorio: Santorini y Thirasia pueden ser muy diferentes, pero más allá de su pasado y su cercanía geográfica, tienen otra cosa muy evidente en común: aquí, quienes mandan, son los omnipresentes felinos. Que nadie lo dude. 🔵

Thirasia vista desde Santorini, al atardecer.

Todas las fotografías de este post son propias.

🌊 ⚓️ Thirasia, la hermana desacelerada de Santorini 👇

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Todas las imágenes son hechas por mí, Sergio García i Rodríguez.

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Publicado por Sergio García i Rodríguez

Me llamo Sergio García Rodríguez y nací en 1990 en Canovelles, Barcelona. Soy un explorador compulsivo al que le encanta perderse investigando, leyendo y —sobre todo— escribiendo sobre (re)descubrimientos viajeros, la ‘cara B’ del mundo y sus curiosidades. Y para contagiar todo ese ímpetu eché a andar este blog, en 2019.

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