‘¿Vale la pena ir al Perito Moreno desde Puerto Natales en una excursión de un día?’ y otras reflexiones patagónicas


El reloj apenas da las ocho y media de la mañana, y corre una brisa gélida y sibilina que, bajando desde las cumbres, casi corta los pómulos. Bajo el alero de un mástil decorado con una bandera albiceleste, el bus ha estacionado en el medio de la más absoluta nada. Y allí, a metros de la frontera entre Chile y la patria de Cortázar, hemos entrado, turista tras turista, en una humilde cabaña donde, ¡pum!, me colocan otro sello en el pasaporte.

Es la primera vez que pongo un pie en Argentina, y el motivo tras aquel paso es claro y conciso: el Perito Moreno. Llevo algo más de una semana deambulando felizmente por la Patagonia, y para el postre he dejado el que, me cuentan, es el plato más jugoso y obnubilante de esta radiante parte del planeta.

Plato para el que, no obstante, tengo que recorrer 700 kilómetros en un solo y largo día.

Carretera y manta, o cuando la distancia es también un destino

La jornada ha empezado más que pronto. A las 6 de la incipiente mañana patagónica arranca el autobús incluido en la excursión que he contratado desde mi hostel: una jornada que debe llevarme desde Puerto Natales hasta el frente del Perito Moreno para, tras disfrutar del glaciar durante un par de horas, devolverme a mi alojamiento chileno al atardecer.

Acurrucado en la comodidad reclinable de mi butaca, veo el sol salir, de nuevo y como ayer, desde la ventana de un vehículo preparado para surcar las distancias pseudoinfinitas de la Patagonia. Carretera y manta, literalmente. De eso va y de eso tratará, en su mayoría, este día que me hará saltar, técnicamente, a un lado y otro de los Andes.

¿Y es eso un engorro? No, evidentemente. Incluso al revés.

Las primeras pinceladas del paisaje son verdes. La que circunda a Puerto Natales es la Patagonia que mira al Pacífico y se desparrama hacia los fiordos chilenos, húmeda y frondosa. Y contrasta con la Patagonia que, una vez superado el trámite aduanero con el que arrancaba este texto, se convierte en llanuras doradas, ondulaciones amarillentas, e implacables y ventosas planicies desde las cuales siempre se divisa, al fondo, lo que le da sentido a esta región: la afilada sierra de la cordillera de los Andes.

Transitar esta gradación de texturas y dimensiones es más que deleitoso; es un destino en sí misma. Es una experiencia sensorial. Te hace sentir ínfimo, insignificante, nimio; un humilde granito de arena —acaso transportado por la velocidad de un autobús, sí, pero un granito de arena al fin y al cabo— en un inabordable mar de roca, hielo y espacio, inacabable para la vista y para la dimensión humana. Eso es la Patagonia, o al menos eso es para mí.

Eso y, por ejemplo, la sorpresa repentina —tras dos horas de recorrido tan majestuoso como homogéneo— del lago Argentino. Es una señal. Su turquesa casi caribeño o egeo anuncia un cambio de tercio: nos acercamos, de nuevo, al reino del agua y del hielo.

En apenas unos minutos y tras dejar atrás el Calafate, entramos en lo que jurídicamente se conoce como el Parque Nacional de los Glaciares. Una reserva que forma parte del Patrimonio de la Humanidad desde 1981, y que es hogar del destino, propiamente dicho, de este día señalado.

Hora y media frente al gigante de hielo

Una vez aparcado el bus dentro del parque, la simplicidad de la visita es pasmosa. No en vano, si algo hace celebérrimo al Perito Moreno más allá de su escala inmensa y su belleza innegable, es lo fácil que resulta acercarse a contemplarlo.

Las pasarelas del parque, suspendidas frente al gigante de hielo, habilitan un paseo que cuesta olvidar. El inconmensurable muro gélido, de 5.000 por 70 metros, ofrece una vista que acongoja. Tras él, cumbres enharinadas y metros, muchos metros congelados empujando sin prisa pero sin pausa hacia el lago Argentino. Dicen que el Perito Moreno no decrece, y plantarse frente a él da esa justa sensación.

Por el lago Argentino, precisamente, se puede navegar en un bote que lo recorre sin descanso, abordable en el mismo momento en el que se visite el lugar. Implica acercarse al hielo todavía más, casi palparlo. Y ser capaz de discernir, bajo el cielo cambiante, la infinidad de tonalidades que el hielo regala. Por que no: el hielo no es exactamente blanco.

Seguramente, durante la navegación, se despeñará una columna de hielo y en el estruendo que causará, de nuevo, te parecerá ser insignificante ante tal espectáculo, tal maravilla para los sentidos.

Tras la media hora larga en el bote, toca volver al bus; la excursión inicia su camino de regreso. En total, ha sido algo más de hora y media frente al Perito Moreno. Poco, obviamente, pero lo suficiente para quedar prendado de la magnitud y el poderío de la naturaleza, de una postal tan apabulladora como bella, tan chocante como —ojalá que no— caduca.

Y, entonces, ¿vale la pena visitar el Perito Moreno en una excursión de un día?

Vayamos ahora, tras haber completado el propósito de la jornada, a responder la pregunta que abría este post. ¿Vale la pena visitar el Perito Moreno desde Chile en una excursión de un único día? Mi humilde respuesta es tan ambigua como convencido estoy de que la tengo más que clara: radicalmente sí y, a la vez, radicalmente no.

Merece la pena, por supuesto, recorrer la estepa patagónica entre Puerto Natales y el Perito Moreno durante un total de 10 horas —además de zamparse los controles aduaneros respectivos— porque la recompensa y el regocijo del cometido son tan superlativos que no hacerlo, si se tiene oportunidad, sería un sacrilegio.

Y es, a la vez, un tremendo despropósito, porque llegarse hasta ese remoto y rutilante rincón del universo para apenas dedicarle lo que dura un partido de fútbol es, indudablemente, un sinsentido.

Así que, si volviese a tener la chance —como dicen por allá abajo—, no lo dudaría: evidentemente volvería hacerlo, pero me quedaría, como mínimo, una noche en El Calafate.

***

De volver y ponerle el cierre va, al fin y al cabo, lo que queda de mi estancia en la Patagonia. Pese a que en octubre el sol se esconde tarde a estas latitudes, ya es noche cerrada cuando dejo atrás la cabina del bus y piso de nuevo Puerto Natales. Mañana toca decirle adiós a esta región con olor a confín, destierro y naturaleza desmesuradamente salvaje, a este pliegue imposible e irrepetible del mapa. Y, seis años después, desde Barcelona, escribiré este texto aún con el vello erizado cuando recuerde, a golpe de tecla, la majestuosidad insuperable de la Patagonia chilena —y de aquel pellizco de la argentina—. 🔵

El Perito Moreno desde Puerto Natales en excursión de un día: información práctica

¿Cómo llegar?

  • Para visitar el Perito Moreno desde Puerto Natales en un día es necesario contratar una excursión de jornada completa (o ‘Full Day’, como encontrarás que le llaman). Se puede hacer en cualquier hostel u hotel —o agencia de turismo, por supuesto— de Puerto Natales, y suele y suele partir desde un punto de reunión concreto que se te comunicará al reservar tu lugar.

¿Cuánto cuesta?

  • La excursión desde Puerto Natales al Perito Moreno suele costar unos 110.000 pesos chilenos (unos 117 euros, a cambio de 2023) por persona. A esa cantidad hay que sumarle 12.000 pesos argentinos (unos 31 euros) de la entrada al Parque Nacional Los Glaciares, y 30.000 pesos argentinos (unos 76 euros) si se quiere navegar frente al glaciar.
  • Las excursiones no incluyen el almuerzo, y es recomendable llevar bocadillos o tentempiés ya preparados desde Puerto Natales, aunque también se podrán comprar en la cafetería del Parque Nacional Los Glaciares.

¿Cuánto dura la excursión?

  • Se parte de Puerto Natales sobre las 6h30 y se regresa en torno a las 22h.



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Sobre quien escribe

Hola, soy Sergio, el viajero curioso empedernido que está detrás de Singularia. Entre otras cosas, durante mis 33 años he dado vueltas por una treintena larga de países, vivido en dos continentes, estudiado seis lenguas, plantado algún que otro árbol, escrito dos libros y trabajado en Naciones Unidas. Hoy tengo el campamento base plantado en Barcelona, de donde soy, y me dedico a la comunicación y a la consultoría estratégica.