Spitsbergen: la isla de los 122 días sin luz


«La oscuridad y la noche son las madres del pensamiento», dice un proverbio danés. Así que no hay mejor ocasión para pensar hasta el infinito y más allá que el 22 de diciembre, día en que el solsticio de invierno marca en el hemisferio norte la noche más larga del año.

Incluso hay lugares singulares donde ‘la noche más larga’ significa, directamente, 24 horas de oscuridad. Es lo que sucede en el punto poblado más nórdico de Noruega: la isla de Spitsbergen.

Spistbergen: ¿desolador o inspirador?. Foto de James Padolsey en unsplash.com

Se trata de una ínsula cosida por fiordos y canales, refugio de osos polares y renos con una superficie del tamaño de Suiza, sede de un almacén de semillas diseñado para salvar a la humanidad y territorio con un pasado marcado por la minería y las disputas geoestratégicas.

Hoy, apenas 2.600 personas pueblan este ignoto punto del mapa donde se alcanzan los -40ºC en la época más gélida del año. Si es un paraíso para encontrar la inspiración o bien el hogar del aburrimiento tiene que determinarlo cada quien, pero lo cierto es que si buscas un lugar donde aislarte y quedarte a oscuras durante una temporada, Spitsbergen es una muy buena opción. Pero, ¿cómo se vive la falta de luz en Spitsbergen?

122 días de oscuridad

Primera y obvia lección invernal en Spitsbergen: no hay que madrugar para aprovechar la luz del día, porque no la hay. Y no solo no la hay el día del solsticio de invierno, sino durante más de 122 días al año. Concretamente, de las 13:23h del 26 de octubre a las 11:22h del 16 de febrero, o lo que es lo mismo: 122 días, 21 horas y 59 minutos.

Si la noche más larga de Barcelona –desde que el Sol se pone hasta que vuelve a aparecer– dura 14 horas y 49 minutos, la de Longyearbyen, capital de Spitsbergen, dura casi 2950 horas.

Una panorámica de Longyearbyen en 2011, cuando ya había acabado el invierno. Foto de Mateusz War en Wikimedia Commons, bajo licencia CC BY-SA 3.0.

Durante esas 17 semanas y media, el Sol no se ve –literalmente– en la isla. Una densa penumbra lo envuelve todo: el trayecto a la escuela o al trabajo, la vuelta a casa, las salidas a la única tienda de abastos de Longyearbyen o al pub del lugar. Y, en todos los casos, no es raro que los y las lugareños caminen por la localidad con una linterna focal en la frente.

Pero, ¿quién se atreve a vivir en Spitsbergen?

Si vives en Spitsbergen, probablemente seas descendiente de los cazadores de ballenas, osos polares y zorros que merodearon la isla desde el siglo XVIII, o de los mineros que se establecieron por allí a finales del XIX, cuando era tierra de nadie.

También cabe la posibilidad de que seas nacional de uno de los 40 países que firmaron en 1920 el Tratado de Svalbard, que fijó la soberanía noruega de la isla y su archipiélago para remediar las disputas en torno a él. A la vez, el tratado habilitó a los estados signatarios a desarrollar actividades científicas y comerciales en el lugar, siempre bajo el respeto a la legalidad noruega.

Ucranianos y rusos son quienes más han hecho uso de esta premisa legal, y tal vez por esta razón, si vives en Spitsberg, seas uno de los cerca de 450 que allí residen. Más numerosos son aún los 772 estudiantes –de 43 nacionalidades– del Centro Universitario de Svalbard. ¿Por qué tanta diversidad de procedencias? Porque es la única universidad del mundo donde cursar Estudios Árticos in situ.

O bien, si prefieres, puedes ser uno de los empleados del pequeño pero emergente sector turístico local, que ofrece desde paseos en trineo hasta expediciones para ver auroras boreales.

Por último, si resides por las latitudes spitsbergsianas, podrías ser el único empleado que gestiona la instalación más singular de la isla: la Bóveda de Semillas de Svalbard. Se trata de una especie de Arca de Noé plantífera financiada por el Gobierno de Noruega donde cualquier país del mundo puede depositar copias de seguridad vegetales de todas las especies que desee, por si alguna vez una catástrofe o el mismo cambio climático nos urge a usarlas. Actualmente hay 988.000 ejemplares depositados en la bóveda, que los conserva a una temperatura óptima de -18ºC.

Las fases de la luz: cuestión de matices

Sea como sea, quien viva en Spitsbergen lo hará sin luz durante casi cuatro meses al año. Pero, en ese mar de oscuridades, ¿siempre es igual de densa la falta de luz? En realidad, no: de hecho, existen 3 fases de luminosidad diferenciadas tras la puesta de sol.

Cuando el sol está hasta 6 grados por debajo del horizonte nos encontramos en el denominado crepúsculo civil, durante el cual se puede aún hacer ‘vida normal’ sin luz artificial, en un contexto de luz natural menguante. En el momento en que el Sol está situado entre los 6 y los 12 grados bajo el horizonte sucede el crepúsculo náutico: aún se puede divisar el horizonte marítimo y ya se alcanza a ver las estrellas más brillantes. Con el sol entre los 12 y los 18 grados por debajo del horizonte estamos en la fase de crepúsculo astronómico, con resquicios de luz solar dispersada en la atmósfera. Y, tras él, la noche cerrada.

Esa gradación en la luz solar que los spitsbergenses sufren y experimentan cada invierno tiene, obviamente, su alegre y esperada réplica veraniega. Así, del 18 de abril al 26 de agosto, las 24 horas del día en la isla son de luz solar continua, sin crepúsculos de ningún tipo mediante.

¿Imaginas vivir en un verano eterno? Pues sí, Spitsbergen también lo tiene. Pero ese tema da, por sí solo, para otra entrada.




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Sobre quien escribe

Hola, soy Sergio, el viajero curioso empedernido que está detrás de Singularia. Entre otras cosas, durante mis 33 años he dado vueltas por una treintena larga de países, vivido en dos continentes, estudiado seis lenguas, plantado algún que otro árbol, escrito dos libros y trabajado en Naciones Unidas. Hoy tengo el campamento base plantado en Barcelona, de donde soy, y me dedico a la comunicación y a la consultoría estratégica.

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