Volver a Berlín, la ciudad más fascinante de Europa


Hace doce años, el mismo día que Londres iluminaba su pebetero olímpico y cuando me acercaba al año final de mi carrera, me aposenté en Berlín con una optimista y veraniega misión: apuntalar mi alemán.

Lo apuntalé, sí, y también surgió un amor: el mío por esta ciudad irrepetible.

Berlín es un museo viviente de 800 kilómetros cuadrados. Tras ser una capital imperial que a principios del siglo XX despuntaba como una de las urbes más pujantes y pobladas del planeta, vivió los horrores del período nazi para convertirse, luego, en un laboratorio sociológico tremendo que la partió en cuatro y finalmente, muro mediante, en dos.

Berlín, entre el este y el oeste.

Pocos meses antes de que yo llegara al mundo, en noviembre de 1989, cuando la Unión Soviética se venía abajo, aquel muro —todo en la vida tiene un final— fue derrocado por las berlinesas y berlineses que habían visto sus vidas atravesadas durante 28 años. Y apenas dos semanas después de nacer quien escribe, el 3 de octubre de 1990, las Alemanias se fundían en una sola, Berlín cosía su fractura y su Oriente y su Occidente se encontraban otra vez para redefinirse, de nuevo, como lo que son ahora: la vibrante, resiliente y polifacética capital alemana.

Berlín, hoy, de algún modo, es una ciudad que muestra sin reparos las costuras de la Europa que nos toca vivir. Y si tomamos a su nueva y noventera versión como referencia es, a la vez, una urbe con la que comparto ritmo vital, con la que he madurado acompasadamente.

Berlín y yo: viajar, vivir, crecer

Volvamos a aquel verano del 2012. En aquel momento, Berlín fue para mí la libertad de tenerlo todo por delante, de iniciar un viaje que, a la par, equivalía a vivir en otro lugar, de no tener presiones a la vuelta más que culminar una licenciatura felizmente fácil y plácida, a pesar de que aquello me asomara a la incertidumbre del ‘y luego, ¿qué?’. Berlín fue, de hecho, jugar sobre ese doble filo, la excitación de poder elegir caminos inexplorados sin demasiado riesgo, un ensayo veraniego y jugoso, al fin y al cabo, de vida adulta.

Y, ciertamente, Berlín fue un escenario idóneo para ello. No te juzga, te da todo el espacio del mundo para todo lo que te propongas, y te pide poco o nada a cambio. Hay quien la interpreta como una ciudad impersonal y despegada, arisca, quizás desconfiada por todo lo que ha pasado a lo largo de los años —que, a todas luces, es demasiado—. Pero yo, solitario feliz, la vi como un jardín urbano plácido, un lienzo en blanco, una ciudad deslumbrante y apasionante.

Berlín fue dedicar las tardes a plantarme frente al mapa de la ciudad y, casi al azar, decidir que tocaba deambular por las avenidas arboladas de Prenzlauer Berg. O que tocaba recorrer la Bernauerstraße, que antaño dividía la ciudad, y quedar boquiabierto con el sublime memorial del muro, hoy franqueable con una facilidad pasmosa. O que era el momento de subirse a un tren ligero y cruzar el Spree rumbo a Kreuzberg y su movida underground. O que cualquier hora era buena hora para cambiar de planes —o para coger un bus a Polonia—, porque, total, ¿quién iba a contradecir mi vocación exploradora de veinteañero emancipado?

Así, a fuego lento, fui conociendo los repliegues de Berlín y me fueron obnubilando.

En febrero de 2024, mientras vamos en tren desde el nuevo aeropuerto de Berlín-Brandemburgo hasta nuestro hotel en Alexanderplatz, pienso en aquella sensación de irrefrenabilidad, de ‘todo está por pasar’, de adolescencia que se disolvía en adultez. Y, pensando en todo lo que antecede a este párrafo, conecto con una afirmación que mi yo de hace doce años había convertido en dogma, y que el paso de los años me había llevado a difuminar (¡!): Berlín, sin duda, es la ciudad más fascinante de Europa.

De 2012 a 2024: cómo hemos madurado, Berlín

Volver a Berlín un tercio de vida después da como para retomarle el pulso desde otro punto, como para saborearla desde una atalaya privilegiada. Y para percibir cómo hemos madurado, juntos, ella y yo.

Cuando me lanzo a deambular por su centro histórico, atravesado por la majestuosa calle de Unter den Linden, la nueva primera impresión que me llevo es que esta ciudad renacida ha decidido cómo volverse a hacer adulta.

La Isla de los Museos y sus alrededores, que quizás guardan el patrimonio arquitectónico más llamativo de la ciudad, rezuman de cuidados. La han acicalado y acabado de peinar y, en su corazón, han terminado de darle forma a una decisión atrevida: reconstruir el Palacio Real de Berlín que la República Democrática Alemana había optado por demoler.

Hace doce años, en el lugar en el que hoy se levanta esta réplica, que ahora aloja al Humboldt Forum, no había sino andamios, grúas y un socavón enorme. Cicatrices de la partición berlinesa, al fin y al cabo. Hoy, la solución escogida llama la atención por su opulencia y, de alguna manera, me parece legítima pero contracultural: en un continente donde se casi todo lo nuevo se construye desde cero, esto es volver a los (u otros) principios.

El novísimo Humboldt Forum, decía, reemplaza a otro lugar que, desde 2008, ya no está: el Palacio de la República, el parlamento de la extinta República Democrática Alemana. El tiempo pasa, pero la Berlín adulta, en lugar de olvidar, superpone. Y por ello ha encapsulado la memoria de aquel estado hoy evaporado en el DDR Museum, que ha alojado justo frente al nuevo Palacio Real. Minúsculo para el aforo que admite, y quizás excesivamente interactivo —algo estresante, incluso—, es un paseo por la ciudad (y el país) que dejó de ser pero permanece latente.

La madurez, justamente, implica saber convivir con las heridas, o mejor aún, reconocerlas para saldarlas. Al respecto Berlín también ha sabido crecer, y prueba de ello es otra de las novedades con las que me encontré en 2024: el Monumento a las víctimas Sinti y Romaníes del Nazismo. Instalado al lado del Reichstag en la década pasada, rinde homenaje y recuerdo al medio millón de personas de etnia gitana asesinadas por la barbarie nazi. Un acto de justicia y de reparación histórica que, a la vez, viene a subsanar la invisibilización de las víctimas de este colectivo que el célebre y formidable memorial contiguo, el Monumento a los judíos de Europa asesinados, implicaba.

Berlín fascinante

Lo que no ha cambiado en estos doce años es la majestuosidad del contiguo Reichstag y su magnífica cúpula transparente, obra de Norman Foster tras la reunificación del país y la correspondiente reubicación del parlamento federal en el edificio. La experiencia de visitarla es modélica; un fantástico engranaje alemán: desde la reserva en línea hasta la subida a la cúpula, pasando por la recepción y los accesos, todo funciona a la más absoluta perfección. Una vez arriba, las vistas 360º de la ciudad están al mismo nivel, tanto como la cúpula acristalada que cobija, bajo el lente de la transparencia, los entresijos legislativos de la Bundesrepublik Deutschland. Recomendación: hágase coincidir el recorrido por el lugar con las luces del atardecer berlinés.

Berlín fascinante

Saliendo de tamaño edificio, la noche del sábado y una luna llenísima nos sorprenden camino al ajetreado barrio de Scheunenviertel. En el trayecto, dos hallazgos de esos que convierten a Berlín en una urbe alucinante para el curioso de a pie. El primero, Dussmann: una librería, papelería y concept store increíblemente grande y fastuosa con un no menos increíble horario: abre de 9 a 24h. Para perderse y reperderse. Y, algo más adelante, un exótico trozo del remoto oriente en este cruce de caminos que es Berlín: la Tadshikische Teestube, una tetería tayika. ¿Qué más cabe esperar de esta ciudad?

Pues, por ejemplo, cabe esperar lo que nos encontramos en el barrio de Kreuzberg: en pleno 2024 y en pleno corazón de la Europa más cuadrada, bares que abren hasta las 8 de la mañana y en cuyo interior, sin ningún tipo de complejo, se fuma a troche y moche. O, aún más, que no se acepten —ni en los bares para fumadores ni en casi la mitad de restaurantes— tarjetas de crédito. Si Berlín es fascinante y magnética, es también porque se muestra decididamente reticente a amoldarse en los esquemas que lo homogeneizan todo ahí fuera. Es disidencia y resistencia, y todos —tengamos 21, 33 o 60 años— necesitamos un poquito de ambas. Necesitamos en definitiva, un poquito de Berlín. 🔴

¿Con poco tiempo para sumergirte en el pasado de Berlín? En febrero de 2024 hicimos un free tour con Florencia, historiadora del arte argentina afincada en Berlín, quien nos dio una clase de historia formidable mientras desgranábamos los principales rincones del centro berlinés. Podéis contactarla directamente desde su Instagram.




Avatar de Sergio García i Rodríguez

Sobre quien escribe

Hola, soy Sergio, el viajero curioso empedernido que está detrás de Singularia. Entre otras cosas, durante mis 33 años he dado vueltas por una treintena larga de países, vivido en dos continentes, estudiado seis lenguas, plantado algún que otro árbol, escrito dos libros y trabajado en Naciones Unidas. Hoy tengo el campamento base plantado en Barcelona, de donde soy, y me dedico a la comunicación y a la consultoría estratégica.

Blog de WordPress.com.