Escribir sobre lo viajado y lo vivido es un divertimento reparador y diría que, incluso, terapéutico. Pero también es la posibilidad de una sorpresa constante, y el pasado fin de semana tuve la suerte de acabar en Salou, donde se celebraba el 9º aniversario de Barcelona Travel Bloggers, asociación en la que entré hace poco más de dos meses.
A la expectativa de conocer —por fin— a tantas y tantos viajeros con los que hasta el momento apenas había intercambiado impresiones virtuales le correspondió un par de días estupendos y un gran puñado de personas y conversaciones fantásticas. Y, a la vez, la oportunidad de visitar Salou y su luz —tan cálida y daurada como la costa en la que se inserta— con las gafas de descubrir las raíces e historias que este rincón del sur de Catalunya atesora. Aviso: no son pocas.

Me quedo con tres de las historias de Salou. Todas ellas tienen que ver con el mayor atractivo del lugar: su clima bendito y su presencia privilegiada frente al viejo Mare Nostrum, ese Mediterráneo que a tantas y tantos ha unido y transportado durante tantos siglos. Buen viento… ¡y a navegar!
Vino romano made in Salou
Si muchas cosas tenemos en común con nuestros antiguos ancestros romanos, una destaca: los mediterráneos somos gente de vino. Mejor dicho: los que hoy poblamos este lugar estratégicamente situado somos hijos de esa pasión, y una visita a los restos de la Vil·la romana de Barenys, en pleno Salou, nos lo deja más que claro.
Un paseo de apenas diez minutos desde el paseo marítimo te planta ante el yacimiento, que refleja la actividad que se dio a partir del siglo I a.C. en una de las 48 villas que, en los alrededores rurales de la imperial Tarraco, abastecían de productos del campo a la antigua capital.

En el caso de la villa de Barenys, se trataba de una fábrica de cerámica y ánforas destinadas al transporte del vino, así como de una prensa para extraer ese oro oscuro y líquido de las uvas que se cultivaban cerca del lugar. Una tradición que, según nos explicaron, Salou quiere recuperar, tratando de aprovechar las bondades de los terrenos del lugar para reinsertar una antigua cepa local antaño cultivada en la ciudad.

Una torre llena de cultura para repeler a los corsarios
Que sucesivas olas de humanos se hayan establecido en el área de Salou es tan natural como que otros hayan querido arrebatarles el lugar. En efecto, estar cerca del mar le otorgaba a los antiguos locales la posibilidad de acceder al agua y usarla de autopista para comerciar, pero también los exponía a un temor recurrente: los piratas.
Por esa razón decidió construir en 1530 el obispo de Tarragona, Pere de Cardona, la Torre Vella de Salou, una robusta construcción de vigilancia ante los piratas erigida apenas a 400 metros de la línea de mar.



Fue una inversión rentable: hasta tres veces atacó el legendario Barbarroja el lugar en el siglo XVI, en un lapso de apenas diez años. Cuando falleció, uno de los corsarios que operaban bajo su protección, el otomano Dragut, le sucedió en la tarea de incordiar a la buena gente de Salou —cosa que hizo en otras tres ocasiones—, e incluso Salah, otro pirata discípulo de Barbarroja, llegó a incediar la vecina Vila-Seca.
En el siglo XVIII a la torre se le añadió la masia que la acompaña hoy, a la que queda conectada por un puente. Hoy, los piratas ya no parecen ser una preocupación para Salou, y el complejo está dedicado a fines más nobles que a la defensa: la Torre Vella es ahora un precioso centro cultural y de exposiciones al que puedes entrar gratuitamente y sin necesidad de ataque ni asedio previo.

El modernismo que llegó del interior (y del aguardiente)
Los romanos modernos que circundaban Salou más cerca de nuestros días tampoco dejaron de poner el ojo en la primera línea del luminoso mar que la baña. Y la razón la encontramos, de nuevo, en las uvas.
Las uvas que antes daban vino en la zona pasan a dar hacia el siglo XVII y XVIII aguardientes, y una ciudad cercana a Salou brilla con fuerza en el panorama europeo de la economía etílica: Reus. Para muestra, la frase hecha «Reus, París, Londres», hija de los días en que esta ciudad competía de tú a tú con las capitales del Reino Unido y Francia para fijar los precios globales de los destilados y exportaba sus alcoholes a toda Europa.
La industrialización y el auge de la burguesía de Reus trufan la ciudad de origen de Gaudí de palacetes modernistas, y se populariza entre las élites el turismo de playa que hoy tan conocido hace a Salou. Y, cuando llegan los felices años 20 del siglo pasado, el modernismo recorre 12 kilómetros para instalarse, llegando desde Reus, en el actual passeig de Jaume I de Salou.


Si hoy te das una vuelta por él, te toparás con una retahíla impresionante de varios ejemplares de palacetes modernistas y sus respectivos jardines. Como, por ejemplo, el imponente Xalet Bonet o Voramar; la Vil·la Enriqueta, con su torre a cuatro aguas; el Xalet Miarnau Navàs, con sus cornisas y cerámicas; o el precioso Xalet Torremar, donde hoy se aloja el Patronato Municipal de Turismo de Salou y la ciudad nos dio la bienvenida a las jornadas.

Lanzarse a aventurar cuál de ellos ganaría un concurso arquitectónico de belleza es una tarea compleja. Pero, ciertamente —y emulando a todos los romanos, piratas y burgueses que pasaron por Salou—, instalarme indefinidamente en cualquiera de ellos me parece una opción más que apetecible. Y si todo ello incluye un buen vermut de la zona, mejor todavía. 🔵